sábado, marzo 24, 2007

Mi perro es más inteligente que yo, estoy seguro. Mi perro no tiene nombre y no tiene raza. Mi perro ni siquiera ladra cuando debe ladrar para no molestar a nadie. Mi perro me acompaña. Agacha las orejas cuando le miro y me dice, mirando a otra parte y sin abrir la boca para no dejarme nunca en evidencia, “pobre tonto, ¿por qué se complica la vida tan inútilmente? Y yo, que aunque no hablo el lenguaje de los perros, porque ya casi ni sé hablar el de los humanos, le entiendo y asiento con él; - “sí, efectivamente, ¿por qué me complico tanto la vida?”
Yo me quedo pensando en la respuesta adecuada, no sé si inteligente o simplemente por disimular, sabiendo que nunca la encontraré. Él, irracional e intuitivo, se enrosca entre mis pies buscando y trasmitiendo ese contacto tan tangible como necesario y su calor, ese calor que sabe ahuyentar a los fantasmas de hoy y de ayer que surgen dibujándose en las paredes cada vez que nace la soledad, y sabiendo que ya ha roto el horror de la angustia primera y que, seguramente, seré capaz de sobrevivir a mi mismo, dormita junto a mis pies habiendo cumplido satisfactoriamente su labor; el resto ya sólo depende de mi. Una vez más, como buen lazarillo, intuye que ha sabido llevar a buen puerto a éste zote que en mala hora le ha tocado en suerte, y al que ha llegado a querer solamente porque del roce, según dicen, nace el cariño.
Con la tarea cumplida se siente seguro, porque nadie está obligado a dar más de lo que puede. El resto es lo de siempre, el martirio de escuchar alternativamente mi música decadente y mis pasos tambaleantes e inseguros en su entorno, sintiendo siempre después el contacto de mi mano cuando busca, y él lo sabe sin importarle demasiado, no se sabe bien que tacto perdido que pudiera devolverme la apariencia de vida por unos segundos. No rechista, no se inmuta, me mira de abajo-arriba, con los ojos entre abiertos y un punto de compasión en su cabeza gacha, sin moverse, sin regorgutar, sabiendo que no debe romper ese instante mágico donde la realidad deja de ser realidad para convertirse en ensoñación. Después, cuando mi mano perdida en su desvarío se relaja sabiendo a medias que está en ninguna parte, él se mueve ligeramente, dándome dos lametazos secos que deben significar algo así como “ ¡ tranquilo!, todo está consumado”; luego suspira con un suspiro largo, y sabiendo de mi inconciencia, se relaja y dormita con un sólo ojo, pendiente con el otro de lo que pudiera pasar.
"Mañana será en un muevo día", - seguro que piensa-. "Un nuevo día y otra vieja historia repetida ".
Mi perro es más inteligente que yo. Lo mejor de todo ello es que él lo sabe y trata de disimularlo para no herirme.

viernes, marzo 09, 2007

Hoy no pensaba escribir nada. Tenia la mente obtusa y el corazón, que debe ser la mente escritora, reseca y en calma. ¿Reseca y en calma? Y entonces, ¿para qué sirve el corazón? ¿sólo para bombear sangre arriba y abajo y permitir que el ser humano sea ser, con indiferencia de que llegue a ser humano? ¿sólo para convertirse en máquina rítmica y dejar de ser la esencia impulsora de nuestros relatos más conseguidos? Entonces, ¿los animales tienen o no tienen corazón? Y si tienen corazón, ¿les bombea la sangre y esa sangre les permite no estar resecos y escribir, como ellos debe escribir, que yo no se como lo hacen, sobre cualquier cosa?
Hoy estuve releyendo a Chéjov y una vez más me puso lo pelos de punta con su simplicidad cotidiana sin estruendos innecesarios. Hoy Antón me dijo al oído: “sé directo, no te pierdas en explicaciones, ellos las encontraran sin necesidad de ti”, pero yo no soy Antón Chéjov ni por equivocación y doy vueltas y más vueltas para perderme en ese maremagno de explicaciones inútiles sin llegar a saber nunca con exactitud lo que quiero decir; en realidad si lo sé: sólo hablo por hablar para intentar encontrarme alguna vez en mi parloteo si llego a tener suerte (triste profesión la de buscarse).
Hoy, mi admirado Antón, estaba como casi siempre sin nada que decir, aunque la sensación que percibía era la de angustia profunda, esa sensación que transmite inconsciente la sensibilidad a flor de piel, y el tiempo y el entorno cuando uno es plenamente consciente no de lo que no es, que eso tan sólo genera frustración, sino de lo que es, que es entonces cuando el sentimiento deviene en tristeza en el mejor de los casos.
Hoy no pensaba escribir. Tenía la mente obtusa y el corazón en otro lado. Daba vueltas y vueltas mareando la perdiz y sin ir al centro de la cuestión,… y de repente, ¡toma! , alguien escribe: “ella tiene clase. …. Vive en un mundo naranja, con perros naranjas, coches naranjas y mares inmensos de color naranja. Desde siempre ha pensado que la luz anaranjada lo hace todo más bonito, bucólico, quizás algo más calmado, porque ¿quién es el capullo que se pelearía en un mundo de colores naranja?” y yo lo leo y me quedo pasmado por lo simple que es, y por lo complicado que es lo simple, y por lo terrible que resulta ser lo simple; y por lo angustioso que puede llegar a ser lo simple. Es que de verdad es así de simple y no hay más. ¿ Quién podría ser de verdad ese capullo…?
Lo dicho. Leo y releo el mensaje de mi amiga Stel, y como ser humano siento ganas de llorar grandes lagrimones naranja. ¿Por qué no pintamos de naranja nuestras vidas? Y si el naranja no es el adecuado, porque no las pintamos de verde, o de rosa, o del color que sea? ¿Por qué no somos inteligentes y aplicamos la inteligencia a nuestra recta razón, a nuestro sentido común, ese que Pascal decía que era el menos común de todos ellos? ¡Que narices!, ¿somos o es que tan sólo estamos y nos contentamos con ello como mal menor? ¿Y si nos limitamos a estar y lo aceptamos, por qué nos quejamos de ser lo que somos o de lo que no somos y de qué tan sólo alguien nos hace ser?
Estaba totalmente perplejo buscando esos tonos naranjas insinuados y deseados cuando otra buena amiga escribió otro mensaje con su aquel: “SOBRE LA CONTRADICCIÓN (Aldo Pellegrini)
Si extiendo una mano encuentro una puerta; si abro la puerta hay una mujer; entonces afirmo que existe la realidad;
en el fondo de la mujer habitan fantasmas monótonos que ocupan el lugar de las contradicciones; más allá de la puerta existe la calle; y en la calle polvo, excrementos y cielo, y también ésa es la realidad; y en ésa realidad también existe el amor.
Buscar el amor es buscarse a sí mismo; buscarse a sí mismo es la más triste profesión,
monotonía de las contradicciones, allí donde no alcanzan las leyes en el corazón mismo de la contradicción imperceptiblemente extiendo la mano y vivo”.
Y ahí ya no, imposible permanecer callado e insensible.
No soy mujer y ni si quiera sé si hubiera sabido serlo. Yo no se nada. Y mis contradicciones me pueden, y me desbaratan, y me confunden, y me inutilizan, y vuelvo al principio. ¿Por qué me habré permitido permanecer en situación latente y fetal, como ajeno a todo, en mi bolsa amniótica que me aísla protectora de todo? ¿Por qué soy tan buen profesional en esa profesión tiste que consiste en buscarse a si mismo? No lo sé, pero sé que soy pertinaz en ello. ¡Mis contradicciones!
Siempre que abrí una puerta hubo una mujer, y es por ello que ignoro si la pregunta correcta es la formulada por Pellegrini o es esta otra: ¿No es cierto que siempre que abrí la puerta fue porque sabía que tras de ella había una mujer que desmadejaría mis contradicciones? Y si es así, en tal caso la mujer, ¿en qué situación queda la mujer? ¿Qué puerta podría abrir ella para disfrazar de fantasmas sus contradicciones?
Hoy no quería escribir, sólo quería que mi mundo tuviera ese color, el que sea, que nos devolviera la paz, y que nos permitiera encontrar la puerta correcta, y la mujer, y los fantasmas que crean la fantasía. Yo sólo quería seguir respirando, sabiendo que siempre hay una puerta, y que puedo extender la mano para abrirla. Y que tras la puerta hay una vida, y que esa vida vale la penar ser vivida, por supuesto, no a cualquier precio, sino…