Nada de nada
Me considero un poco lobo estepario, lo reconozco. No sé por qué lo digo, pero es tan contundente, tan redondo, que casi le deja a uno sin respiración al decirlo. ¡Lobo estepario! Suena fenomenal.
Debo reconocer también que discutiéndome continuamente y poniendo de manifiesto mi falta de valía personal, en el fondo, y no demasiado en el fondo, me estoy aceptando, redimiendo, e, incluso, estoy elevándome a los altares y relamiéndome por la crudeza y calado de mis confesiones; y que eso debe ser, según imagino, la justa contraprestación a aceptar y asumir humildemente la autocrítica que me inviste de legitimidad para casi todo. Soy eso simplemente, casi todo por justiciero, y nada de nada en la realidad. Es decir un humilde presuntuoso, un solitario recalcitrante con miedo a la falta de compañía; y un profundo relativista con pretensión de eternidad.
En fin, la repanocha. El no va más. El “sursum corda”.
No deja de tener narices lo que estoy diciendo suponiendo que sea cierto, que tampoco lo sé con seguridad. Pero casi todo termina siendo así o muy parecido: un poco de mala literatura, alguna que otra idea aislada, un par de sensaciones sin contrastar, y dejar en letra impresa la idea de que uno se está autoanalizando con rigor. Demasiado fácil, sin lugar a dudas, pero suficiente, en todo caso, para no pasar desapercibidos, que es el morir.
Nos desnudamos en público sin mucho, sin demasiado recato, casi-casi con la sensación de violentar nuestra propia conciencia imbuida por nuestra natural modestia. Nos flagelamos también en público. Nos denostamos. Reconocemos nuestros vicios y errores. No pedimos perdón, por supuesto, porque eso es otra cosa; pero nos arrastramos contritos buscando, sin parecerlo, la complicidad de los demás, esos que son tan impuros como nosotros mismos, y la obtenemos demasiado fácilmente y sin pretenderlo, por supuesto, ¿cómo no la íbamos a obtener, y a raudales, si ellos, los miembros de nuestro jurado popular, si son de verdad inteligentes y saben entendernos, no van a dejar de reconocerse como mayores pecadores que nosotros mismos?
Sabemos más que nadie. Dominamos sin parecerlo. Abrimos conciencias. Hacemos pensar. Vivimos sin vivir en nosotros mismos. Somos, sin pretenderlo, el brazo incorrupto de Santa Teresa de Ávila, y como no lo pretendíamos, ¿de qué avergonzarse?, ¿qué le vamos a hacer, si lo somos de verdad?
Mi verdadero problema es que me he pasado la vida imaginando, y la realidad ha sido otra cosa muy distinta a ese triste sueño que nunca llegó a ser lo pretendido. En fin, se convirtió en simplemente asumible; no irremediable, porque casi todo tiene remedio aunque siempre llegue tarde, cuando ya no importa, pero si aceptable si no se mira a atrás.
Pero las cosas no son lo que son y hay que etiquetarlas siempre para saber que significan, no hay que dejar nada al albur de lo imprevisto, o de lo posible, a la imaginación, que ésta es muy subjetiva, y ¿a saber de quién queda dependiendo?
Pero ¿de qué estoy hablando? La verdad es que no lo sé, pero si no hay más remedio que etiquetarlo todo, pues digamos que hablo de… ¿inconformismo?...
Ni puta idea. ¿Tal vez de espíritu de contradicción, que es más aceptable? ¿Quizás de buscar espacios neutros donde sobrevivir sin ser agredido ni necesidad de agredir como algo irremediable? ¿Qué tal, de pura cobardía, si no hay más remedio que adjetivarlo todo?
No lo sé. Demasiado definitivo de todas formas. Excesivo y muy angosto para dejarse uno mismo un margen para poder seguir respirando o, por lo menos, para poder seguir levantando la cabeza y pretender que uno piensa y juzga con su propio criterio tras reflexionar.
Pero volviendo al principio, y menos mal que siempre hay un principio a pesar de uno mismo, me he expresado en un plural que no sé si es o no el correcto, y si lo fuera tampoco tendría la mínima importancia, porque yo, con nombre y dos apellidos, perfectamente enmascarado y oculto con este embozo (Argamenon) que lo oculta y disimula casi todo, soy yo y nada más, aunque no sea yo y pudiera ser cualquiera de vosotros, o pudiéramos ser muchos, y volveríamos a plural con el que trato de justificar lo que he escrito. Eso es en el fondo la maravilla del anonimato; uno puede decir lo que quiera y pretender, asegurar y convencer a los demás que nunca lo dijo o que él siempre dijo lo contrario. Ese anonimato siempre nos redime de todo aunque también siempre nos lleva a ninguna parte. Y en el fondo es ese el problema, que casi todo nos lleva a ninguna parte y que hay que aprender a vivir en ninguna parte pero con la mejor de nuestras sonrisas.
Debo reconocer también que me encanta este último dislate. Cada vez con más frecuencia me encanta llegar a ninguna parte, al lugar de nunca jamás, al espacio donde la fantasía absoluta campa por sus respetos, donde todo es posible si uno es capaz de arrimar el hombro y casi nada es verdad o por lo menos demasiado trascendente y definitivo.
Yo no soy así, lo sé, y me da reparo y sobre todo vergüenza reconocerlo; y no lo soy, no porque no lo pretenda, que me encantaría; sino porque no tengo la entidad suficiente para manipular a los demás. Cuando digo lo que digo, y muchísimas veces no llego a saber lo que es, lo hago con la sana intención de que al menos me sirva a mi mismo, que casi nunca ocurre, y que pudiera servir a los demás. En fin, una pretensión bienintencionada, pero sólo eso, buena intención; porque les tengo a los demás mucho respeto. No les conozco, pero a pesar de ello les quiero un poco. Siento hacia ellos tanto amor a veces, como desamor otras muchas. Me enternecen, y a la vez me generan un cierto rechazo visceral porque son muchos más que yo; porque me invaden casi siempre, y me empequeñecen, y me roban mi metro cuadrado donde pretendo seguir siendo eso, uno, pequeño y libre. (¿de qué me suena estos?)
Se que puedo prescindir de ellos para seguir por los siglos de los siglos siendo eso, el famoso lobo estepario de los relatos serios e imprescindibles, pero tan inútil, absurdamente complejo y prescindible en la realidad de cada día.
En fin. No sé lo que he escrito y menos aún me importa. Hoy estoy feliz leyendo la historia de mi desconocido amigo Aníbal; mi alma gemela y a la vez mi contrapunto. Me enternece. Me hace reír a pesar de su aparente distancia frente a los demás. Es otro lobo estepario pero con corazón, con demasiado corazón para que le quepa en el pecho. No sé quién es, y menos aún si esta recomendación pudiera incomodarle, pero como ya he dicho, queriéndoos con las mismas ansias con las que me dejáis indiferente, os lo recomiendo en http://calimatias42.blogspot.com.
3 Comments:
Yo no sé si es que le echaba de menos; que me acabo de premiar de un día más intenso de lo debido, con el hachís que me regaló Ali, o que esto que ha escrito es lo mejor que he leído en su blog (corregido y aumentado).¡ ¿Qué digo en su blog?. ¿Sabe Argamenón?, yo le admiro, porque desde las mismas sombras del ciberespacio, veo anuncios de teatros mágicos, y a ellos acudo para condimentar la soledad como destino, pero no sería capaz de escribirlo con esa excelencia.
Iré a leer a su contrafaz; creo que esta noche, leería a Paulo Coelho si Ud. me lo recomendara. Buenas noches Maonsieur Argamenón
ee que sorpresa EL LENGUARAZ..Holaaa...besos amigo
ozúuu argamenon vaya repaso que se ha dado asímismo....es todo un discurso...se lee muy bien (aparte del fondo negro) de un tirón...con ritmo...pero son muchos conceptos juntos...tengo que leerlo otra vez, o un par de ellas ...
Ser un ser humano tiene eso, que pensamos, soñamos (despiertos y dormidos), imaginabos, filosofamos...y todo eso es infinito (¿¿podríamos pasarnos la vida pensando??...pero nuestra vida cotidiana es finita...tiene más o menos 16 horas, y eso es muy poco para hacer grandes cosas ...
Sabe, en los peores momentos de mi vida mi mente no dejaba de pensar...no era capaz de dejar de pensar ni mientras dormía...cuando superé el dolor moral que me afligía, mi mente volvió a su ritmo normal de pensar, soñar, imaginar....y hacer mi vida aburrida y cotidiana.
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