Me acabo de sentar frente a esta maquina infernal que me mira con sus ojos acerados e inexpresivos y sin que se le mueva ni un solo pelo de las cejas por ninguna razón. Está ahí esperado que yo me manifieste, cuando la verdad es que soy incapaz de hacerlo. ¿Manifestarme? ¿Y qué narices es eso? Yo estoy aquí esperando que algo me llegue muy dentro; esperando que algo, sea lo que sea, me mueva a mi mismo incapaz de asumir el movimiento por el movimiento y como reacción a mi propio inmovilismo exterior: esperando a sentirme involucrado en algo para levantarme y reaccionar. Hace ya mucho tiempo que se me olvidó lo que es la sorpresa, lo inesperado, lo posible aunque no probable. Hace ya mucho tiempo que aprendí que casi todo lo importante se había convertido en socialmente adecuado, políticamente correcto, individualmente reprobable si lo es, pero, al menos, siempre corregible.
Soy, lo reconozco, de lo más ortodoxo que pueda parir madre, y os puedo asegurar que mi madre echó el resto para parirme como Dios manda; pero yo soy lo que soy, a pesar de mi cuna y a pesar de mi mismo, y he pretendido siempre corresponder con esa letanía de conceptos preconcebidos y adecuados para no ser asonante con lo demás ni con los demás. Pero a pesar de ser lo que debiera ser, hay algo que me corroe por dentro y me obliga a decir lo que no tendría que decir porque, sobre todo, no va a ninguna parte y no sirve para nada; aunque quizás lo diga por eso mismo, porque es mi forma infantil e inútil de intentar creerme útil, es decir, miembro activo y latente incluso de la sempiterna revolución del proletariado del siglo veintiuno, donde el proletariado de siempre ya no es el de siempre y queda limitado al proscrito y desheredado emigrante procedente del tercer mundo, mas preocupado por su certificado de residencia y su cartilla de la seguridad social que por otros conceptos más ampulosos y grandilocuentes que pudieran justificar mucha literatura por eso mismo en desuso. En el fondo quizás, ese certificado y cartilla sean las razones únicas y adecuadas para la nueva revolución frente a un proletariado aburguesado que suele mirar por encima del hombro al otro, al de hoy y de aquí, más primitivo y menos afortunado. No lo sé y no sigo para que nadie me tache de demagogo, que seguro que lo soy también. Pero es que casi nada es lo que parece presumir de lo que es. Estamos siempre en lo mismo, la anécdota que se convierte en verdad absoluta e incuestionable a pesar de nunca dejar de ser lo que era, simple anécdota. ¡Qué le vamos a hacer!
Pero volvamos al principio.
Me siento, ya lo había dicho. Me preparo un café, nescafé con agua para estar en comunión perfecta con todo lo sucedáneo al uso. Una copa de orujo gallego, y aquí, bromas a parte, no admito sucedáneos, ¡gallego-gallego! como no podría ser de otra forma. Echo en el quemador unas gotas de té verde, que es aromático y dicen que es diurético. Y me enchufo a mi compañero del alma, don Leonard Cohen, que me susurra al oído, con su carraspeo vibrante, mil pequeñas historias cotidianas que, como no sé inglés, me las invento y me gusta siempre lo que dicen y como suenan. Ya por fin tengo la escena completa. Todo esta consumado. Ya sólo depende de mí, y eso es lo malo, que sólo depende de mí.
Ni fumo, ni me drogo de ninguna de las maneras posibles, ya que mi orujo tan solo se limita a despejarme de las telarañas que mi espíritu acumuló, por desuso, en su desván a lo largo de la semana, pero nada más. Lamentablemente nunca me desvirtúa suficientemente, ni me disfraza, ni me condiciona más de lo que suelo estar; sólo me deja solo y abandonado frente al silencio inexpresivo de mi ordenador, haciéndome consciente de que soy dueño pleno de mis desatinos, de mis exabruptos, y de mis errores, y eso ya es el colmo. ¡Dejadme la esperanza! – pienso, sin decirlo en voz alta - como pensaba pero además se atrevía a decir sin recato el poeta. Pero si lo pienso bien, me temo, ni siquiera me queda la esperanza.
Habitualmente necesito decir tal cantidad de cosas que nunca sé a ciencia cierta qué decir. Es como tirarse a una piscina sin agua; un error que en ocasiones nace de una necesidad. Sólo sé que los dos dedos con los que escribo me piden guerra y me exigen cumplir con el ritual descrito, liturgia habitual, y después todo depende de ellos, yo sólo me limitaré a comprobar que la “a” sea la “a” y la “h” no la aspiren de tal manera que desaparezca donde no debiera ser aspirada definitivamente.
Si, sé que estoy diciendo lo que estoy diciendo, lo confieso. Mi ser inteligente esta casi siempre al servicio de mi ser sensitivo, que es el que percibe, acusa, y reacciona. Yo, que a penas me muevo, soy interiormente el movimiento perpetuo, pero nunca he sabido como demostrárselo a los demás, que en el fondo debe ser lo que importa. Mi ser pensante e inteligente casi nunca piensa y casi nunca se manifiesta inteligente porque la inteligencia esta al servicio de lo práctico, de lo útil, de lo adecuado, de lo rentable, de lo… ¿ qué más da? … ¡de nada! En cambio mi ser sensitivo, que se manifiesta por medio de mis dedos índice de la mano izquierda y corazón (¡que suerte!) de la derecha, estos casi siempre están dispuestos a cualquier reacción lógica en favor de si mismos y del resto de mi persona. No deja de ser curioso como asisto impertérrito a esta guerra incruenta entre mi ser, mi querer ser, mi pretender ser, y mi rechazo natural al propio ser. Es curioso como uno llega a apreciar que, salvo razones y reacciones químicas, que no espirituales, ajenas a uno mismo, se convierte en sobreviviente nato, y lo acepta casi todo, por no decir todo.
Menudo preámbulo para decir algo tan tonto como lo que hoy quería decir. Pero me he quedado casi sin tiempo y sobre todo sin espacio, y me doy cuenta de ello. Quería decir que mi vida se ha relativizado enormemente. Bueno, no; mi vida es lo que es, y ni es peor ni es mejor de lo que estaría dispuesto a que fuera. Lo que quería decir es que la he relativizado yo, que la estoy desnaturalizando, que la estoy adecuando a mi espacio y a mi tiempo, que no son ni mi espacio ni mi tiempo porque nunca los definí, limite, ni elegí, pero qué le vamos a hacer. Que le estoy prohibiendo soñar, inmaterializarse y poder escapar de vez en cuando de entre sus cuatro paredes. Que estoy aceptando las reglas del juego sabiendo como sé, porque es de las pocas cosas que sé, que ese juego y sus reglas siempre son ajenos, y uno lo juega y se somete a ellas por respeto al anfitrión que vigila y al que uno se siete supeditado aunque sin convicción alguna.
Estoy aquí, y aquí sigo, pase lo que pase, lo sé. Pero, ¿es suficiente estar aquí y cerrar los ojos, y dejar de respirar, y tragárselo todo, cuando uno empieza a dudar de muchas cosas? Seguro que no. Molestar a los demás nunca. Asumir responsabilidades siempre. Matar los sentimientos propios, jamás. ¿Y entonces…? ¡Ni idea! Quizás, por lo menos, reservarse el derecho al pataleo digan lo que digan los demás. ¿Qué menos?
Lo prometo, otro día hablaré de lo que hoy quería hablar, pero es que no recuerdo por el momento qué era…. ¡Y ya son demasiadas veces las que me ocurre! Lo siento. ¿Será que no tengo nada qué decir?
Soy, lo reconozco, de lo más ortodoxo que pueda parir madre, y os puedo asegurar que mi madre echó el resto para parirme como Dios manda; pero yo soy lo que soy, a pesar de mi cuna y a pesar de mi mismo, y he pretendido siempre corresponder con esa letanía de conceptos preconcebidos y adecuados para no ser asonante con lo demás ni con los demás. Pero a pesar de ser lo que debiera ser, hay algo que me corroe por dentro y me obliga a decir lo que no tendría que decir porque, sobre todo, no va a ninguna parte y no sirve para nada; aunque quizás lo diga por eso mismo, porque es mi forma infantil e inútil de intentar creerme útil, es decir, miembro activo y latente incluso de la sempiterna revolución del proletariado del siglo veintiuno, donde el proletariado de siempre ya no es el de siempre y queda limitado al proscrito y desheredado emigrante procedente del tercer mundo, mas preocupado por su certificado de residencia y su cartilla de la seguridad social que por otros conceptos más ampulosos y grandilocuentes que pudieran justificar mucha literatura por eso mismo en desuso. En el fondo quizás, ese certificado y cartilla sean las razones únicas y adecuadas para la nueva revolución frente a un proletariado aburguesado que suele mirar por encima del hombro al otro, al de hoy y de aquí, más primitivo y menos afortunado. No lo sé y no sigo para que nadie me tache de demagogo, que seguro que lo soy también. Pero es que casi nada es lo que parece presumir de lo que es. Estamos siempre en lo mismo, la anécdota que se convierte en verdad absoluta e incuestionable a pesar de nunca dejar de ser lo que era, simple anécdota. ¡Qué le vamos a hacer!
Pero volvamos al principio.
Me siento, ya lo había dicho. Me preparo un café, nescafé con agua para estar en comunión perfecta con todo lo sucedáneo al uso. Una copa de orujo gallego, y aquí, bromas a parte, no admito sucedáneos, ¡gallego-gallego! como no podría ser de otra forma. Echo en el quemador unas gotas de té verde, que es aromático y dicen que es diurético. Y me enchufo a mi compañero del alma, don Leonard Cohen, que me susurra al oído, con su carraspeo vibrante, mil pequeñas historias cotidianas que, como no sé inglés, me las invento y me gusta siempre lo que dicen y como suenan. Ya por fin tengo la escena completa. Todo esta consumado. Ya sólo depende de mí, y eso es lo malo, que sólo depende de mí.
Ni fumo, ni me drogo de ninguna de las maneras posibles, ya que mi orujo tan solo se limita a despejarme de las telarañas que mi espíritu acumuló, por desuso, en su desván a lo largo de la semana, pero nada más. Lamentablemente nunca me desvirtúa suficientemente, ni me disfraza, ni me condiciona más de lo que suelo estar; sólo me deja solo y abandonado frente al silencio inexpresivo de mi ordenador, haciéndome consciente de que soy dueño pleno de mis desatinos, de mis exabruptos, y de mis errores, y eso ya es el colmo. ¡Dejadme la esperanza! – pienso, sin decirlo en voz alta - como pensaba pero además se atrevía a decir sin recato el poeta. Pero si lo pienso bien, me temo, ni siquiera me queda la esperanza.
Habitualmente necesito decir tal cantidad de cosas que nunca sé a ciencia cierta qué decir. Es como tirarse a una piscina sin agua; un error que en ocasiones nace de una necesidad. Sólo sé que los dos dedos con los que escribo me piden guerra y me exigen cumplir con el ritual descrito, liturgia habitual, y después todo depende de ellos, yo sólo me limitaré a comprobar que la “a” sea la “a” y la “h” no la aspiren de tal manera que desaparezca donde no debiera ser aspirada definitivamente.
Si, sé que estoy diciendo lo que estoy diciendo, lo confieso. Mi ser inteligente esta casi siempre al servicio de mi ser sensitivo, que es el que percibe, acusa, y reacciona. Yo, que a penas me muevo, soy interiormente el movimiento perpetuo, pero nunca he sabido como demostrárselo a los demás, que en el fondo debe ser lo que importa. Mi ser pensante e inteligente casi nunca piensa y casi nunca se manifiesta inteligente porque la inteligencia esta al servicio de lo práctico, de lo útil, de lo adecuado, de lo rentable, de lo… ¿ qué más da? … ¡de nada! En cambio mi ser sensitivo, que se manifiesta por medio de mis dedos índice de la mano izquierda y corazón (¡que suerte!) de la derecha, estos casi siempre están dispuestos a cualquier reacción lógica en favor de si mismos y del resto de mi persona. No deja de ser curioso como asisto impertérrito a esta guerra incruenta entre mi ser, mi querer ser, mi pretender ser, y mi rechazo natural al propio ser. Es curioso como uno llega a apreciar que, salvo razones y reacciones químicas, que no espirituales, ajenas a uno mismo, se convierte en sobreviviente nato, y lo acepta casi todo, por no decir todo.
Menudo preámbulo para decir algo tan tonto como lo que hoy quería decir. Pero me he quedado casi sin tiempo y sobre todo sin espacio, y me doy cuenta de ello. Quería decir que mi vida se ha relativizado enormemente. Bueno, no; mi vida es lo que es, y ni es peor ni es mejor de lo que estaría dispuesto a que fuera. Lo que quería decir es que la he relativizado yo, que la estoy desnaturalizando, que la estoy adecuando a mi espacio y a mi tiempo, que no son ni mi espacio ni mi tiempo porque nunca los definí, limite, ni elegí, pero qué le vamos a hacer. Que le estoy prohibiendo soñar, inmaterializarse y poder escapar de vez en cuando de entre sus cuatro paredes. Que estoy aceptando las reglas del juego sabiendo como sé, porque es de las pocas cosas que sé, que ese juego y sus reglas siempre son ajenos, y uno lo juega y se somete a ellas por respeto al anfitrión que vigila y al que uno se siete supeditado aunque sin convicción alguna.
Estoy aquí, y aquí sigo, pase lo que pase, lo sé. Pero, ¿es suficiente estar aquí y cerrar los ojos, y dejar de respirar, y tragárselo todo, cuando uno empieza a dudar de muchas cosas? Seguro que no. Molestar a los demás nunca. Asumir responsabilidades siempre. Matar los sentimientos propios, jamás. ¿Y entonces…? ¡Ni idea! Quizás, por lo menos, reservarse el derecho al pataleo digan lo que digan los demás. ¿Qué menos?
Lo prometo, otro día hablaré de lo que hoy quería hablar, pero es que no recuerdo por el momento qué era…. ¡Y ya son demasiadas veces las que me ocurre! Lo siento. ¿Será que no tengo nada qué decir?
5 Comments:
Es Ud. incorregible amigo Argamenón; tiene un discurso delicioso, y le gusta Leonard Cohen aunque no sepa lo que dice; se da cuenta de lo obvio, y lo comenta como si nosotros no lo supiéramos, aunque muchos se empeñen en negarlo; o por los mecanismos de defensa propios de las situaciones de la corrección ligada a la política, o porque aún no es lo suficientemente obvio, que grados hay en todo.
"Todos sabemos que los dados están cargados; aún así, cruzamos los dedos al tirarlos".
Esto lo dice el bueno y cazallero de Leonardo; no sé si por el premio de sus primos, o el de Bardem (porque no sé si sabía que los españoles vamos arrasando). No quisiera caer en la obviedad involuntaria de referirme a la suela ni al suelo público con mis palabras; todos sabemos que: "In dubio pro rico", así que no entraré en esos terrenos incalificables, que el Re hace tiempo que no suena.
Lo malo de comentarle a Ud. querido amigo, es que propone tantas cuestiones aunque no diga nada, que a menoos de la mitad del comentario, o me ha dado hambre, u olvidé que era lo que quería comentar. Póngase contento, yo me preocuparía si mi ordenador empezara a echar pelo, porque temería que un buen día me soltara eso tan manido de: "Porque yo lo valgo", y la verdad, no es esa la necesidad que me une al ordenador; más o menos como Ud.
Compartimos amistad con Cohen y eso es bastante. De lo demás, otra vez me quedo sin saber que decir. Son muchas e interesantes las ideas que desgrana con una naturalidad pasmosa. Y no sé a cual agarrarme para darle una réplica digna de ese nombre.
Saludos.
"donde el proletariado de siempre ya no es el de siempre y queda limitado al proscrito y desheredado emigrante procedente del tercer mundo, mas preocupado por su certificado de residencia y su cartilla de la seguridad social que por otros conceptos más ampulosos y grandilocuentes que pudieran justificar mucha literatura por eso mismo en desuso. En el fondo quizás, ese certificado y cartilla sean las razones únicas y adecuadas para la nueva revolución frente a un proletariado aburguesado que suele mirar por encima del hombro al otro, al de hoy y de aquí, más primitivo y menos afortunado"
Una cosa que me asombra, es como perdieron la memoria los españoles. Este párrafo tuyo que copio acá, me hace pensar en tantas cosas. Que esos proletarios, ya tenían hechos los reclamos, 80, 90 años antes de emigrar, me refiero a los latinoamericanos, puntualmente. Que sus abuelos dieron la lucha para las conquistas sociales, y cuando la España de la injustica y la miseria, lo reclamaron, se fueron a pelear una guerra, que no sentían ajena, porque los involucraba en tanto "hombres".
Hoy tendrán que comer, como es sabido que solo el esclavo puede aspirar al cambio, que no amo, sin esclavo que lo nombre, aires nuevos surgirán de entre esos "que se miran por sobre el hombro".
Saludos
Querido argamenón, describe usted muy bien ese proceso único e irrepetible de quien se sienta a hacer algo que no controla; se sienta y asiste al acto que se realiza sólo, a veces a pesar de uno mismo. Comparto con usted ese deslumbramiento y todas las sorprendentes incertidumbres que conlleva. También su inquina contra la máquina infernal de ojos inexpresivos. Pero el discurso es suyo y sólo suyo, usted lo lleva y lo trae a su antojo aunque un momento antes ignore el devenir de los acontecimientos. Al final siempre queda un resto de sana cordura intuitiva o meramente racional que selecciona el mensaje y le da coherencia. Usted preside esa ceremonia aunque trate de negarla o rebajarla a la categoría de mero acto accidental. Cuando nos alerta sobre el lugar donde escribe y da rienda suelta al dibujo del escenario que prepara su escritura es reconfortante saber que también en esta ocasión y entre las otras voces discordantes del silencio usted atrapó un susurro en forma de poemas de Cohen. Bienvenido a la vieja piel para la nueva ceremonia. De algún poema del canadiense o de alguna de sus novelas que le animo a leer podrían surgir reflexiones tan acertadas como la suya propia cuando escribe: “esperando a sentirme involucrado en algo para levantarme y reaccionar”. Todos estamos en ansias de lucha, interna o externa, pero es curioso que se concreten precisamente en el mismo instante en que uno acaba de sentarse a rendir cuentas de sus perplejidades. Usted lo resuelve de manera meridiana cuando añade: “Yo, que apenas me muevo, soy interiormente el movimiento perpetuo”. Comparto con usted esa lucha entre lo racional intelectivo y lo sensitivo afectivo; en algunos otros textos suyos he observado la importancia que tienen para usted los sentimientos y emociones, y ha de ser así, les concede una supervivencia mayor que al altivo trono de la denostada razón, aunque también se nutre de ésta y es desde aquí desde donde percibe gran parte del mundo y sus contornos, y creo que también ha de ser así. Usted se decanta por el milagro epidérmico, dice estar al servicio de su ser sensitivo, aunque tal vez sería más bien un trato de igualdad y no de pleitesía, pero eso lo sabrá mejor usted. Tal vez sea debido a ese torbellino emocional de las muchas cosas que están por decirse, para decirse y que mueren antes de ser proclamadas. Al poeta le queda la esperanza pero también la palabra. Usted nos regala un modelo de conducta personal que bien podríamos aplicarnos cuando escribe: “molestar a los demás, nunca; asumir responsabilidades, siempre; matar los sentimientos propios, jamás; si acaso reservarse el derecho al pataleo”. Puedo imaginarlo en ese espacio personal de su habitación con su orujo gallego, su café rebajado y su música compuesta de mil músicas, desafiando el silencio de sierra con sus dos yemas de la mano derecha, y es en ese preciso momento es cuando me siento más cercano a usted desde la privilegiada distancia de esta fórmula que prefiero como señal de respeto y no de menor afecto. Le leo con algo más que agrado, le leo con vehemencia y pasión, querido argamenón.
Jjjejee lo sabía....es un Vd un no-abre bolsas jejeje
¡¡¡ Y con dos dedos escribe todo esoooooo¡¡¡¡
jejjee me encanta...
¿es Vd. Norteamericano? ya sabe los Yankis se lo hacen todo ellos solos, ellos atacan, ellos defiendes, ellos se aplauden, ellos se juzgan, ellos se absuelven y se condenan...NO NECESITAN A NADIE..
Me gusta mucho leerle.....sigoooo
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