¿Y qué nos queda cuando terminamos de retirar el papel de celofán con el que se suele envolver casi todo? Está claro, o debiera estarlo, que la realidad es una cosa y que la ficción, el sueño, lo que a uno le gustaría que hubiera sido, otra muy distinta. Está claro que no nos chupamos el dedo, ¿pero qué estaríamos dispuestos a hacer si con ello pudiéramos cambiar un poco tan sólo lo habitual y cotidiano, lo real y vivido, y sobre todo lo por vivir? Está claro que hay mil productos y remedios alucinógenos, pócimas maravillosas, parcheaos de nuestra propia realidad, y lo sabemos. En ocasiones luchamos contra ellos por excesivamente falsos, y en otras los aceptamos y adaptamos a nuestra propia realidad como remedio incuestionable, como ungüentos milagrosos, como verdades absolutas. Casi todo está claro, pero lo peor de todo es que salvo que uno sea memo por convicción, también está claro para el común de los mortales, que lo único cierto para él es él mismo y su entorno, sin papeles de celofán, sin lluvias artificiales de colores, ni músicas de fondo, ni focos de láser en dirección al infinito.
¡Yo soy yo! Si, patéticamente despelotado, está claro, soñoliento, dubitativo, temeroso, vacilante, esperanzado, y hasta enamorado. Yo soy yo por la mañana y por la tarde. Incluso soy yo, a pesar de mi, por la noche, en las horas brujas que nos envuelven de cuando en cuando y nos encandilan haciéndonos soñar con mil historias irreales o dejándonos ese tufillo a jazmín y sándalo que nos permita creer, por inhalación y semiinconsciencia, que fuimos lo que no nunca hemos sido alguna vez: ensoñaciones; vapores e imágenes borrosas y difuminadas de un algo no sé si perfecto, pero sí aceptable y casi-casi asumíble. ¡Tiene narices la cosa! ¿Por qué todo lo prometedor carecer de contornos precisos? ¿Por qué nos dejamos seducir por lo inaccesible y por lo ajeno? ¿Por qué siempre esperamos ser doblegados por cantos de sirenas que nos conduzcan a una victoria pírrica, pero épica que deber ser el polo opuesto del de los mortales, juguetes de los dioses? Si, ya lo sé, es lamentable e infantil, pero así debemos ser los hombres o por lo menos yo, que soy lo que soy y no lo que hubiera querido ser, y mucho menos por lo que he luchado (¡que patético!) muchos años por ser. Lo peor de todo es que ya empieza a importarme un pepino y acepto casi todo.
Lo peor del ser humano, de casi todo ser humano, bueno, - pido disculpas por la grandilocuencia de mi afirmación -, en realidad quería decir que lo peor de mi mismo es que aún no estando dispuesto a ello acepto casi todo, trago casi todo, y transijo con casi todo. Si, ya lo sé. ¡Que asco!
A pesar de todo me doy un respiro porque yo soy así. ¿Por qué no me voy a conceder una licencia a pesar de lo poco que me quiero? Si a los demás que, seguro, les quiero un poco menos, se la suelo conceder, ¿por qué negármela a mi mismo?
Si, - lo dicho - ya lo sé; está claro. Yo no estoy dispuesto ni a concederme el más mínimo beneficio a la duda, porque yo, e imagino que a casi todos nosotros nos ocurrirá lo mismo con respecto a nosotros mismos, no podemos permitirnos ni un margen de error porque somos el no va más. Se nos caerían los palos del sombrajo en caso de hacerlo, y el mundo seguro que dejaría de ser mundo, y eso, ni hablar. Los demás son los demás. Nosotros somos nosotros. Incluso, yo soy yo, que es un paso más a nosotros y demasiado más a los demás. ¿Pero de qué me sirve ser tan asilvestrado y tan acémila? ¿De qué me sirve ser tan pagadito de mi mismo y quererme tan poco?
¿Margen de error?... ¿Margen?... ¿Esperanza?
Que hueco suena casi todo cuando sólo pretendemos justificarnos. Estamos porque estamos, porque se nos escapa, a pesar de nosotros, por cada poro de nuestra triste humanidad mil sentimientos arrolladores. Porque estamos enamorados sin ser correspondidos. Porque seguimos enamorados a pesar del tiempo y no sabemos como decirlo o como recordarlo a pesar de reconocerlo en la lejanía, y lo que es peor, nadie sabe como manifestarlo y precisamente nos lo echa en cara sin hacer el esfuerzo mínimo por trasmitírnoslo. Porque aspiramos a algo más y a algo mejor aunque eso más y eso mejor esté rozándonos el codo cada día del año. Porque nos creemos dispuestos a casi todo, si encontráramos o recobráramos a alguien que quisiera simplemente mirarnos a la cara y en el colme del colmo quisiera preguntarnos: ¿tienes fuego?
Dios, hace años que dejé de fumar, pero ¿lo qué daría yo si alguien me preguntara hoy algo por el estilo?
¡Yo soy yo! Si, patéticamente despelotado, está claro, soñoliento, dubitativo, temeroso, vacilante, esperanzado, y hasta enamorado. Yo soy yo por la mañana y por la tarde. Incluso soy yo, a pesar de mi, por la noche, en las horas brujas que nos envuelven de cuando en cuando y nos encandilan haciéndonos soñar con mil historias irreales o dejándonos ese tufillo a jazmín y sándalo que nos permita creer, por inhalación y semiinconsciencia, que fuimos lo que no nunca hemos sido alguna vez: ensoñaciones; vapores e imágenes borrosas y difuminadas de un algo no sé si perfecto, pero sí aceptable y casi-casi asumíble. ¡Tiene narices la cosa! ¿Por qué todo lo prometedor carecer de contornos precisos? ¿Por qué nos dejamos seducir por lo inaccesible y por lo ajeno? ¿Por qué siempre esperamos ser doblegados por cantos de sirenas que nos conduzcan a una victoria pírrica, pero épica que deber ser el polo opuesto del de los mortales, juguetes de los dioses? Si, ya lo sé, es lamentable e infantil, pero así debemos ser los hombres o por lo menos yo, que soy lo que soy y no lo que hubiera querido ser, y mucho menos por lo que he luchado (¡que patético!) muchos años por ser. Lo peor de todo es que ya empieza a importarme un pepino y acepto casi todo.
Lo peor del ser humano, de casi todo ser humano, bueno, - pido disculpas por la grandilocuencia de mi afirmación -, en realidad quería decir que lo peor de mi mismo es que aún no estando dispuesto a ello acepto casi todo, trago casi todo, y transijo con casi todo. Si, ya lo sé. ¡Que asco!
A pesar de todo me doy un respiro porque yo soy así. ¿Por qué no me voy a conceder una licencia a pesar de lo poco que me quiero? Si a los demás que, seguro, les quiero un poco menos, se la suelo conceder, ¿por qué negármela a mi mismo?
Si, - lo dicho - ya lo sé; está claro. Yo no estoy dispuesto ni a concederme el más mínimo beneficio a la duda, porque yo, e imagino que a casi todos nosotros nos ocurrirá lo mismo con respecto a nosotros mismos, no podemos permitirnos ni un margen de error porque somos el no va más. Se nos caerían los palos del sombrajo en caso de hacerlo, y el mundo seguro que dejaría de ser mundo, y eso, ni hablar. Los demás son los demás. Nosotros somos nosotros. Incluso, yo soy yo, que es un paso más a nosotros y demasiado más a los demás. ¿Pero de qué me sirve ser tan asilvestrado y tan acémila? ¿De qué me sirve ser tan pagadito de mi mismo y quererme tan poco?
¿Margen de error?... ¿Margen?... ¿Esperanza?
Que hueco suena casi todo cuando sólo pretendemos justificarnos. Estamos porque estamos, porque se nos escapa, a pesar de nosotros, por cada poro de nuestra triste humanidad mil sentimientos arrolladores. Porque estamos enamorados sin ser correspondidos. Porque seguimos enamorados a pesar del tiempo y no sabemos como decirlo o como recordarlo a pesar de reconocerlo en la lejanía, y lo que es peor, nadie sabe como manifestarlo y precisamente nos lo echa en cara sin hacer el esfuerzo mínimo por trasmitírnoslo. Porque aspiramos a algo más y a algo mejor aunque eso más y eso mejor esté rozándonos el codo cada día del año. Porque nos creemos dispuestos a casi todo, si encontráramos o recobráramos a alguien que quisiera simplemente mirarnos a la cara y en el colme del colmo quisiera preguntarnos: ¿tienes fuego?
Dios, hace años que dejé de fumar, pero ¿lo qué daría yo si alguien me preguntara hoy algo por el estilo?
5 Comments:
Yo te diría lo tengo todo está en descubrirlo.
Abrazos desde aquí......
La respuesta es a ¿tenés fuego?
La respuesta es a ¿tenés fuego?
Bueno Argamenón, como ya me han chafado mi recurso para acometer un largo y siempre bien estructuado discurso (aunque esta vez con algunos errores de sintaxis que confunden), me veo obligado a echar mano de un argumento en desuso; y no es que salga del armario, o vuelva a él tras un periplo fuera, para preguntarle con la esperanza de que le proporcione algún alivio espiritual a la carencia que quizás he supuesto, ejerciendo mi atávica forma de malinterpretar:
¿Estudia o trabaja?
lleva un mechero siempre encima por si a caso, que nunca se sabe. Y que lo hagas no implica que fumes, que fumar es malo hombre! :)
ah, sobre el tema del papel de celofán solo una cosa, a veces es mejor quedarse con el papel que con el contenido. Pero solo a veces. Sino solo hace falta mirar a muchos niños muy pequeñitos que cuando abren un regalo se lo pasan pipa rompiendo el papel o mirando los dibujitos que tiene y cuando ven el regalo quieren más para seguir abriendo cosas y jugando con el papel. Cosas de críos dicen.
y sobre el tema de aceptar las cosas como vengan, pues hombre, en cierto grado es bueno mientras no se llegue a un nivel de resignación absoluto, porque entonces nos puede llegar a hacer demasiado daño. Hay que aceptar lo que nos llega cierto, pero sin dejar de intentar cambiar lo que no nos cuadra (siempre que se pueda hacer algo al respecto)...
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