Tiene narices la vida. Tú la vas viviendo sin aspavientos y como buenamente puedes, mirando siempre a derecha e izquierda para evitarte sobresaltos, y cruzando por el consabido paso de cebra, que según dicen quienes entienden de esto, es por donde se debe cruzar. Te sientes, o crees sentirte, que para el caso importa muy poco, animoso, participativo, solidario, serio, respetuoso. Te obligas a ti mismo. Y a ti mismo te limitas palpándote para definir tus propios perfiles cada vez que actúas, un poco por coherencia, mucho más por prudencia, y sobre todo por no significarte y por no romper la aparente armonía que te rodea. Esa armonía de la que hablan casi todos, tú apenas has llegado a vislumbrarla alguna vez, y por supuesto rechina y se da de tortas con el aura que llegas a percibir de los que son sus defensores a ultranza. En fin, debe ser la paradoja de siempre, te dices con frecuencia sin darle mayor importancia. Lo anecdótico de la vida.
A pesar de todo y por lo que pudiera ser, estás ahí siempre o crees estarlo. Nunca te amagas y evidentemente dejas en tu entorno una impresión de fuerza, como de poder abarcarlo todo, de dominarlo todo, de resolverlo todo. No es por soberbia, que también lo es, porque en el fondo es lo único cierto y nítido que percibes de ti mismo. Nadie medianamente serio se ha atrevido nunca a señalarte con el dedo porque saben reconocer tu valía, tu saber estar, lo dicho: tu consistencia. Esa consistencia que no suele ser demasiado habitual. Evidentemente descartas a los medios de comunicación social que son, gracias al cielo, de otro mundo. Esos si, alguna vez, te han señalado con el dedo, pero ellos no cuentan. ¿Cómo pueden contar quienes están obligados a juntar palabras a tanto cada una de ellas sin que lleguen a saber, en su gran mayoría, lo que significan y su posible repercusión? Pero, en fin, esa es otra historia que debe permanecer por el momento soterrada, y te callas, y dejas a la hermana de la princesa que libre su propia batalla que seguirá perdiendo, de seguro, porque la justicia ha olvidado en algún rincón la inocencia; y esa es también otra guerra, incluso distinta de la anterior. Tiempo habrá para hablar de ellas y librarlas donde proceda cuando sea oportuno. Hoy simplemente hablas de ti, como casi siempre, y reconoces lo que ya has reconocido.
Habitualmente te sueles mirar de reojo, como de pasada, en el espejo del ascensor cada día cuando vuelves a casa, y en los segundos escasos que tarda en llegar a tu piso te da tiempo para reconocer que no lo has hecho demasiado mal y que incluso el nudo de la corbata permanece en su sitio a pesar de todo lo acontecido. Evidentemente no es puro narcisismo, que no crees necesitar; es una especie de terapia comúnmente aceptada; es un reconocerte, saludarte, aceptarte sin más, y despedirte hasta el día siguiente con la esperanza de encontrarte de nuevo y ser capaz de identificarte más allá de toda duda razonable. Simplemente es la constatación de que el día de hoy ha concluido dentro de lo esperado y sin demasiados sobresaltos.
Todo encaja. Todo es normal. Todo se sucede, y un día precede al siguiente, y aún sigues pensando, porque realmente piensas y no te limitas a dejarte llevar, que no lo has hecho del todo mal.
Pero…, ¿y quién te dijo alguna vez que siempre hay un pero en todo planteamiento por muy perfecto que pudiera parecer? Y no lo recuerdas, y tampoco importa, pero resulta que debe ser así, porque un día te paras de golpe y te quedas sin saber si debes seguir adelante o volver atrás. Y descubres, sin previo aviso, que la vida tiene narices, cuando ni siquiera creías que tú pudieras necesitarlas para justificarte, y ya, seguro, nadie lo podrá remediar. Si, ¡vaya por Dios! ¡Tiene narices!
Un día lees una breve y acertada narración de hechos pasados escrita por alguien que forma parte de tu historia, aunque tu historia la has dejado prudentemente enterrada bajo esa leve capa de olvido protector que debiera imposibilitar que los fantasmas de siempre pudieran volver a asustarte y producirte sobresaltos que te obligaran a descomponer la figura, y, de repente, ya nada es lo mismo, y si lo fuera, que pudiera ser, ya no te lo parece, que seguramente es aún peor.
Vuelves a coger el mismo ascensor a la misma hora, pero otro día después, y te encuentras con una imagen diferente. Ya no eres tú. Te encuentras con alguien a quien a penas reconoces y que te mira sin ningún recato, casi amenazadoramente y con ganas de interrogarte sin respetar para nada tu derecho a la estabilidad que tanto debió costarte. Tú bajas recatadamente la mirada para acomodarte al reducido espacio compartido de la cabina sin querer sentirte obligado a abrir la boca, tratando de ignorarlo, pero tu acompañante ocasional no te da respiro alguno y te formula la pregunta más tonta del mundo, esa que sabes que jamás te harías, y que cuando supiste que no te la harías nunca, también supiste que de hacerlo alguna vez correrías el riesgo evidente de desestabilizarte por completo y para siempre; si, por supuesto, la pregunta esa de: ¿qué has hecho con tu vida?
¡Válgame Dios!
Hay algo que se te rompe en el interior, que te sacude, que te hace tambalear perdiendo pie.
¿Qué estoy haciendo con mi vida? Por supuesto que ignoras la respuesta, pero no te queda más remedio que mirar hacia adentro y te percatas realmente, como siempre temiste, que no has hecho casi nada, que has pasado y sigues pasando por tu vida de puntillas para no asustarla, y para que ella no se enterara tampoco de que tú estabas allí y te dejara en paz.
Habías suscrito, sin darte del todo cuenta, una especie de pacto de no agresión reciproco. Un dejarse mecer inconsciente e inconsistentemente. Un permitirse llegar hasta el final aunque estuviera en ninguna parte y no valiera en realidad la pena, pero siempre sin romper la falsa armonía, la estética que parece justificarlo casi todo. Sin generar en ningún caso ningún tipo de violencia, absolutamente inadmisible.
Si, lo reconozco, siempre me ha asustado la violencia quizá porque pudiera ser un ser violento, que no lo sé. ¡Ojala no!
De puntillas, sin hacer ruido, casi inapreciable. Etéreo, vaporoso, una especie de sueño de la realidad cuando uno es capaz de inventarse la realidad y ésta, a su vez, de dejar falsas señales en el corazón, una especie de infartos incruentos sólo apreciables a los rayos x. Lo de siempre, el ser sin existir. Espíritu puro. ¿Qué mejor que ser invisible, por si acaso?
De puntillas. Sin hacer ruido. Hablando sin decir demasiado. Extendiendo una mano para rozar, porque necesitas rozar siempre por el miedo enorme que le tienes a la soledad, pero convirtiendo el roce en algo casi imperceptible, con apenas entidad como para desplazar ligeramente el aire que pudiera haber entre los cuerpos, para generar una simple impresión. Y si embargo, me encanta el roce casi animal que te devuelve a una realidad primitiva donde el contacto no es de dependencia y sometimiento, sino de igualdad, correspondencia, participación, fuego y vida. Distancia abismal, insalvable. Yo sólo soy capaz de generar apariencia, armonía poética, fuegos fatuos. Si, sobre todo ¡vaciedad!, ¡frustración!
Opinar sin estridencias con la pretensión de influir sutil y acertadamente, juntando las palabras adecuadas, pero falto de convicción en lo dicho, sin interés alguno en que tus ideas prendieran en los demás más allá de lo estrictamente necesario para causar una primera impresión favorable. Una vez más la apariencia.
De puntillas. Incluso con un punto de humor que desdramatice cualquier situación tensa convirtiéndola en soportable, y limando cualquier aspereza que hiciera pensar que hay dificultades, que la angustia es el estado natural del ser humano, y si no lo es, que por lo menos no deja de ser consustancial al mismo.
De puntillas para enmascarar la propia debilidad y la falta de sentimientos francos.
La estela es positiva. Se ha creado una imagen adecuada, y ya se sabe que estamos en el siglo de la imagen sin importar demasiado lo que hay detrás de ella, ni siquiera si es medianamente consistente y si se corresponde con la realidad.
Si, la estela y la imagen crean una presunción, y te percatas de repente que has vivido y te has alimentado precisamente de tu propia imagen, ignorándote a ti mismo, el gran desconocido, e incluso sabiendo a ciencia cierta que esa imagen no es ni de lejos la tuya autentica.
Ya te lo habías confesado alguna vez; tu vida, habías escrito, es un calidoscopio perfecto, el juego de la adecuación, de la adaptación, del encaje de bolillos, de la paz de los cementerios. Un juego, a fin de cuentas, supeditado siempre al capricho de apretar el botón que lo desconecta.
De puntillas, si. Ajustándote correctamente el nudo de la corbata, que esta vez has observado torcido, mientras tus sentimientos brillan por su ausencia enredándose en el mundo de lo imaginario sin incidir en el real. Eran sueños infantiles, te reconoces, pretensiones de algo mejor que has sabido controlar para que no te descontrolaran.
Has vivido mil acontecimientos de todo tipo. Bueno, tampoco. Has pasado de puntillas por esos mil acontecimientos dejando huella en los demás, lo sabes, pero tú lo has hecho desde la distancia, tras la barrera, con toda la asepsia del mundo, quedándote siempre fuera, componiendo sólo la figura. Te has cruzado con mil personas distintas a la que has sabido reconocerles incluso sus falsos meritos, pero tú has pasado sin rozarles casi, como un espíritu temeroso de contaminarse con ellos, de enredarte con alguno, de experimentar, de sentir, de poder temblar, de que pudieran zarandearte haciéndote despertar de tu ensoñación.
Te has quitado de en medio siempre, y hoy lo sabes, que es aún peor. Y sabes por fin, y sin ningún tipo de dudas, que has vivido tu vida en una especie de constante viaje astral; el problema de verdad es que tu yo viajero no se parece en nada a tu yo dormido, y ha decidido no esperar más y huir de su cárcel sin importarle, ni siquiera, la cojera que le ha dejado una ciática idiota. Y tú, mientras, te sigues perdiendo sin paliativos en tu verborrea sin fin, pero quizás esta vez de verdad. Tal vez sólo te quede esperar que alguien te despierte mañana placidamente y sin sobresaltos. Tal vez aún te quede la facultad de esperar aunque sepas que ya serás para siempre la mitad de ti mismo, y posiblemente no la más autentica. Si, tal vez aún poder esperar. ¿Por qué no?
A pesar de todo y por lo que pudiera ser, estás ahí siempre o crees estarlo. Nunca te amagas y evidentemente dejas en tu entorno una impresión de fuerza, como de poder abarcarlo todo, de dominarlo todo, de resolverlo todo. No es por soberbia, que también lo es, porque en el fondo es lo único cierto y nítido que percibes de ti mismo. Nadie medianamente serio se ha atrevido nunca a señalarte con el dedo porque saben reconocer tu valía, tu saber estar, lo dicho: tu consistencia. Esa consistencia que no suele ser demasiado habitual. Evidentemente descartas a los medios de comunicación social que son, gracias al cielo, de otro mundo. Esos si, alguna vez, te han señalado con el dedo, pero ellos no cuentan. ¿Cómo pueden contar quienes están obligados a juntar palabras a tanto cada una de ellas sin que lleguen a saber, en su gran mayoría, lo que significan y su posible repercusión? Pero, en fin, esa es otra historia que debe permanecer por el momento soterrada, y te callas, y dejas a la hermana de la princesa que libre su propia batalla que seguirá perdiendo, de seguro, porque la justicia ha olvidado en algún rincón la inocencia; y esa es también otra guerra, incluso distinta de la anterior. Tiempo habrá para hablar de ellas y librarlas donde proceda cuando sea oportuno. Hoy simplemente hablas de ti, como casi siempre, y reconoces lo que ya has reconocido.
Habitualmente te sueles mirar de reojo, como de pasada, en el espejo del ascensor cada día cuando vuelves a casa, y en los segundos escasos que tarda en llegar a tu piso te da tiempo para reconocer que no lo has hecho demasiado mal y que incluso el nudo de la corbata permanece en su sitio a pesar de todo lo acontecido. Evidentemente no es puro narcisismo, que no crees necesitar; es una especie de terapia comúnmente aceptada; es un reconocerte, saludarte, aceptarte sin más, y despedirte hasta el día siguiente con la esperanza de encontrarte de nuevo y ser capaz de identificarte más allá de toda duda razonable. Simplemente es la constatación de que el día de hoy ha concluido dentro de lo esperado y sin demasiados sobresaltos.
Todo encaja. Todo es normal. Todo se sucede, y un día precede al siguiente, y aún sigues pensando, porque realmente piensas y no te limitas a dejarte llevar, que no lo has hecho del todo mal.
Pero…, ¿y quién te dijo alguna vez que siempre hay un pero en todo planteamiento por muy perfecto que pudiera parecer? Y no lo recuerdas, y tampoco importa, pero resulta que debe ser así, porque un día te paras de golpe y te quedas sin saber si debes seguir adelante o volver atrás. Y descubres, sin previo aviso, que la vida tiene narices, cuando ni siquiera creías que tú pudieras necesitarlas para justificarte, y ya, seguro, nadie lo podrá remediar. Si, ¡vaya por Dios! ¡Tiene narices!
Un día lees una breve y acertada narración de hechos pasados escrita por alguien que forma parte de tu historia, aunque tu historia la has dejado prudentemente enterrada bajo esa leve capa de olvido protector que debiera imposibilitar que los fantasmas de siempre pudieran volver a asustarte y producirte sobresaltos que te obligaran a descomponer la figura, y, de repente, ya nada es lo mismo, y si lo fuera, que pudiera ser, ya no te lo parece, que seguramente es aún peor.
Vuelves a coger el mismo ascensor a la misma hora, pero otro día después, y te encuentras con una imagen diferente. Ya no eres tú. Te encuentras con alguien a quien a penas reconoces y que te mira sin ningún recato, casi amenazadoramente y con ganas de interrogarte sin respetar para nada tu derecho a la estabilidad que tanto debió costarte. Tú bajas recatadamente la mirada para acomodarte al reducido espacio compartido de la cabina sin querer sentirte obligado a abrir la boca, tratando de ignorarlo, pero tu acompañante ocasional no te da respiro alguno y te formula la pregunta más tonta del mundo, esa que sabes que jamás te harías, y que cuando supiste que no te la harías nunca, también supiste que de hacerlo alguna vez correrías el riesgo evidente de desestabilizarte por completo y para siempre; si, por supuesto, la pregunta esa de: ¿qué has hecho con tu vida?
¡Válgame Dios!
Hay algo que se te rompe en el interior, que te sacude, que te hace tambalear perdiendo pie.
¿Qué estoy haciendo con mi vida? Por supuesto que ignoras la respuesta, pero no te queda más remedio que mirar hacia adentro y te percatas realmente, como siempre temiste, que no has hecho casi nada, que has pasado y sigues pasando por tu vida de puntillas para no asustarla, y para que ella no se enterara tampoco de que tú estabas allí y te dejara en paz.
Habías suscrito, sin darte del todo cuenta, una especie de pacto de no agresión reciproco. Un dejarse mecer inconsciente e inconsistentemente. Un permitirse llegar hasta el final aunque estuviera en ninguna parte y no valiera en realidad la pena, pero siempre sin romper la falsa armonía, la estética que parece justificarlo casi todo. Sin generar en ningún caso ningún tipo de violencia, absolutamente inadmisible.
Si, lo reconozco, siempre me ha asustado la violencia quizá porque pudiera ser un ser violento, que no lo sé. ¡Ojala no!
De puntillas, sin hacer ruido, casi inapreciable. Etéreo, vaporoso, una especie de sueño de la realidad cuando uno es capaz de inventarse la realidad y ésta, a su vez, de dejar falsas señales en el corazón, una especie de infartos incruentos sólo apreciables a los rayos x. Lo de siempre, el ser sin existir. Espíritu puro. ¿Qué mejor que ser invisible, por si acaso?
De puntillas. Sin hacer ruido. Hablando sin decir demasiado. Extendiendo una mano para rozar, porque necesitas rozar siempre por el miedo enorme que le tienes a la soledad, pero convirtiendo el roce en algo casi imperceptible, con apenas entidad como para desplazar ligeramente el aire que pudiera haber entre los cuerpos, para generar una simple impresión. Y si embargo, me encanta el roce casi animal que te devuelve a una realidad primitiva donde el contacto no es de dependencia y sometimiento, sino de igualdad, correspondencia, participación, fuego y vida. Distancia abismal, insalvable. Yo sólo soy capaz de generar apariencia, armonía poética, fuegos fatuos. Si, sobre todo ¡vaciedad!, ¡frustración!
Opinar sin estridencias con la pretensión de influir sutil y acertadamente, juntando las palabras adecuadas, pero falto de convicción en lo dicho, sin interés alguno en que tus ideas prendieran en los demás más allá de lo estrictamente necesario para causar una primera impresión favorable. Una vez más la apariencia.
De puntillas. Incluso con un punto de humor que desdramatice cualquier situación tensa convirtiéndola en soportable, y limando cualquier aspereza que hiciera pensar que hay dificultades, que la angustia es el estado natural del ser humano, y si no lo es, que por lo menos no deja de ser consustancial al mismo.
De puntillas para enmascarar la propia debilidad y la falta de sentimientos francos.
La estela es positiva. Se ha creado una imagen adecuada, y ya se sabe que estamos en el siglo de la imagen sin importar demasiado lo que hay detrás de ella, ni siquiera si es medianamente consistente y si se corresponde con la realidad.
Si, la estela y la imagen crean una presunción, y te percatas de repente que has vivido y te has alimentado precisamente de tu propia imagen, ignorándote a ti mismo, el gran desconocido, e incluso sabiendo a ciencia cierta que esa imagen no es ni de lejos la tuya autentica.
Ya te lo habías confesado alguna vez; tu vida, habías escrito, es un calidoscopio perfecto, el juego de la adecuación, de la adaptación, del encaje de bolillos, de la paz de los cementerios. Un juego, a fin de cuentas, supeditado siempre al capricho de apretar el botón que lo desconecta.
De puntillas, si. Ajustándote correctamente el nudo de la corbata, que esta vez has observado torcido, mientras tus sentimientos brillan por su ausencia enredándose en el mundo de lo imaginario sin incidir en el real. Eran sueños infantiles, te reconoces, pretensiones de algo mejor que has sabido controlar para que no te descontrolaran.
Has vivido mil acontecimientos de todo tipo. Bueno, tampoco. Has pasado de puntillas por esos mil acontecimientos dejando huella en los demás, lo sabes, pero tú lo has hecho desde la distancia, tras la barrera, con toda la asepsia del mundo, quedándote siempre fuera, componiendo sólo la figura. Te has cruzado con mil personas distintas a la que has sabido reconocerles incluso sus falsos meritos, pero tú has pasado sin rozarles casi, como un espíritu temeroso de contaminarse con ellos, de enredarte con alguno, de experimentar, de sentir, de poder temblar, de que pudieran zarandearte haciéndote despertar de tu ensoñación.
Te has quitado de en medio siempre, y hoy lo sabes, que es aún peor. Y sabes por fin, y sin ningún tipo de dudas, que has vivido tu vida en una especie de constante viaje astral; el problema de verdad es que tu yo viajero no se parece en nada a tu yo dormido, y ha decidido no esperar más y huir de su cárcel sin importarle, ni siquiera, la cojera que le ha dejado una ciática idiota. Y tú, mientras, te sigues perdiendo sin paliativos en tu verborrea sin fin, pero quizás esta vez de verdad. Tal vez sólo te quede esperar que alguien te despierte mañana placidamente y sin sobresaltos. Tal vez aún te quede la facultad de esperar aunque sepas que ya serás para siempre la mitad de ti mismo, y posiblemente no la más autentica. Si, tal vez aún poder esperar. ¿Por qué no?
20 Comments:
Por fínnnnnn....vaya descansito ehhh...
Bueno, voy a leerlo despacito, despacito, despacito....
Besossssss de final de mes.
Yo siempre me reconozco cuando me miro en el espejo. Es verdad, que muchas veces me he sorprendido a mí misma haciendo cosas que jamás habría creído que podía hacer, ... pero me reconozco...como ceo que Vd. también se reconoce perfectamente.
Pero, cuando un día me dí cuenta, de que la gente que tenía más cercana, que incluso mi propia familia, "no me reconocía", que para ellos era una perfecta "desconocida", entoncs es cuando dije...se acabó. Algunos, se atrevieron incluso a decirme "lo que debía sentir"...y eso fué el principio del fn. No me pregunté ¿qué has hecho con tu vida? (eso habría sido un privilegio, ...¡yo no he hecho nada!...¡la vida ha hecho conmigo!)...lo que me pregunté fué QUE QUIERES...¿QUE TE HACE O HA HECHO FELIZ MARI? ...y LA RESPUESTA ESTABA ALLÍ...EN MI ADOLESCENCIA...Recordé lo feliz que era, en un grupo de amigos, cantando y escuchando como tocaban la guitarra, o como otros leían,con una preciosa voz y entonación...y la mano de un amigo...tomar de la mano a los amigos...y...
Ahora tengo amigos que tocan la guitarra y con los que cantamos, incluso alguno tiene un grupo que actúa en locales de Madrid...y leo blogs, de gente que escribe de maravilla ...y cuenta cosas interesantes...y voy al Teatro, y al Cine, ¡de verdad¡(no como antes...que todos eran intelectuales, y ninguno pisaba por dichos lugares)...Y me relaciono con gente que LEE LIBROS DE VERDAD, ...y no de los que se aprenden cuatro lineas y las memorizan y hablan del libro como si lo hubieran escrito...en fin...
Vaya rollo que me he marcado ejjee...I' Sorry..Que si Vd.. puede hacerse la pregunta de ¿qué ha hecho con su vida?...es que cree que ha tenido opciones de hacer una u otra cosa...Pero en cualquier caso, lo que no cabe duda es que HA VIVIDO SU VIDA y no otra...jeje y seguro que ha estado bien...¿recuerda esa generación que vivieron una terrible guerra, una postguerra, un franquismo católico apostólico castrante?.. pues eso...Vivir con comodidad, es por lo que millones de seres humanos han luchado durante siglos... NO PUEDE SER TAN MALO ¿NO?
Sí, tiene narices… la vida. Algunos andamos de puntillas para no escuchar el ruido. Nos espanta el ruido porque es otra forma de agresividad. El silencio tampoco sirve, pero siempre es preferible. Nada puedo decir sobre esa imagen que no rebota, sino que atraviesa el espejo y le responde a quien se escucha. Pero me importan los pensamientos de los demás, incluso me gustan, es una forma de reconocer a los que consideramos propios, aunque sea como mirarse en los espejos cóncavos del callejón del gato, aunque nos devuelvan una imagen distorsionada…aunque las imágenes más bellas en un espejo cóncavo siempre sean absurdas.
En mi modesta opinión, lo escrito se me antoja un desgarrador ejercicio de sinceridad… lúcido y alucinante a la vez. Pero es mejor no autoengañarse cuando no hay posibilidad de redención, cuando no se puede dejar de ser realmente quien se es. Hay un pequeño trecho (aunque digan lo contrario) entre el querer y el poder.
Un placer pasar por aquí, incluso escribir aquí. Espero no incomodar.
Un beso
Se es lo que se es, pero intentamos sacar ese otro ser que los demas quieren ver, el perfecto, el inmculado, y nooooooooooo...
Nadie es perfecto y cada uno es como es,
Yo hace tiempo decidi vivir conmigo misma y la verdad que me arrepiento de no haberlo hecho antes, porque ahora si que soy yo, y ahora los demas si que ven como soy de verdad, antes solo eran pequeñas similitudes de lo que podia ser y cuando no dices las cosas con convencimiento no engañas a nadie y menos a ti misma.
ahora si, le guste a quien le guste,
a mi si,
un beso
Mangeles, usted me devuelve la esperanza, se lo aseguro. Sus comentarios siempre parecen, y estoy seguro de que lo son, espontáneos y sinceros. Suelen ser un simple toque de afecto en el momento oportuno, una especia de recomendación de “levántate y anda” similar con la que debió tropezarse Lázaro en su camino hacia el más allá, y por la que no tuvo más remedio de volver al más acá.
Me encantan sus intervenciones y se lo digo sin ningún recato.
Le puedo asegurar que no tengo ni idea de lo que he escrito. Le puedo asegurar también que además me importa muy poco lo que haya escrito y mucho menos si sirve para algo. Pero sí le aseguro que he disfrutado como un loco al haberme dado cuenta de que inconscientemente, que de haberlo sabido lo hubiera hecho de mil amores, he sido un discreto y atento interlocutor o escuchador de lo que me ha querido o se ha querido decir y ha quedado reflejado en su comentario.
Gracias, de corazón. Mi chaislonge está a su entero servicio. Tan pronto como usted me lo insinúe me levantaré, desalojándola, para dejársela libre, vacua y expedita, que deben decir los juristas de pro con los que suele relacionarse. Y, por favor, no crea que es broma.
Jeje, eso dicen los juristas si...no solo te hechan de ´"tú casa" sino que la quieren libre, vacua y expedita ejjeeje
Pues muchas grancias por su afecto, es correspondido. Me encanta leerle. Y me gusta leer como se contestan y lo que se dicen Vd., Calimatias y El Lenguaraz...son Vds. muy interesantes.
Y ¡¡¡no se levante por mí!!! siga , siga en su chaislonge...pero escribanos un poquito más...vamos si no es mucho pedir.
Besos de sábado, sabadete.
"Pudiera ocurrir, que estar vivo, se justificara por beber un sorbo de agua.
Quizás un día, te veas obligado a escoger, entre el ansia y la sed, entre la realización y la supervivencia, entre todo o nada. Tal vez ese día, tendrás las cosas claras, o no, pero probablemente dará igual, puede que sea tarde después de todo.
Nos pasamos la vida andando y desandando caminos, deseando y descartando posibilidades, para satisfacer a ese individuo que te dicta, ese apuntador de hipotéticas satisfacciones y logros que en realidad no tiene, ni puta idea, acerca de lo que es mejor para ti, como tampoco tú la tienes, y a veces, hasta te aventuras osado a tenerla (cuando hay público). Sueltas un discurso, y te lo crees si hay claque, o lo olvidas prudente, si te consta que lo han entendido, pero que era un desvarío más, pero sin palmeros."
Es curioso amigo Argamenón, no sabía porqué había escrito esto el jueves pasado; y es que estoy acostumbrado a visitar su página en fines de semana, que es cuando nos deja sus reflexiones. Ahora parece cobrar sentido.
Que bonito...SR. Lenguaraz...
Y SIIII por fin se han dado cuenta...vivir es BEBERSE UN VASO DE AGUA...¡¡¡que rica¡¡¡ ...que placentera cuando se tiene sed...que revitalizante ...AGUA..
Pues que no se les olvide...que andan todo el día filosofando y las cosas son ENORMEMENTE sencillas.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
¿Por qué vivimos la vida hacia adelante y nuestros recuerdos se obstinan en retrasar el reloj a fechas ya consumadas, a historias que ya no van a cambiar, salvo que la escritura les descubra una cara nueva o alumbre una nueva impostura de lo que aquello fue?
Querido Argamenón, cuanto más deseo hacer proyectos de futuro más partes de mi pasado me vienen al recuerdo (¿es eso justo?), también lugares donde fui feliz o quedó la sospecha de que hubo un estado parecido a lo que desde hace tantos años vengo reclamando. (¿Es justo reclamar trozos del pasado para alimentar el presente?).
Creo, Argamenón, que su miedo a rozar apenas las cosas, a no entrometerse ni implicarse más allá de lo razonable, tampoco lo salva de las demandas ajenas. Le contaré que en mi familia, por ejemplo, todo el mundo resuelve de idéntica manera: habla con X, llama a X, que lo sepa X. Mis hermanas, que son muchas, comentan: se lo he dicho a X; he llamado a X; le he pedido consejo a X.
X vive a prudente distancia intentando resolver sus propios problemas como para que le carguen con los ajenos familiares. Sin embargo, no depende él, es decisión de otros, no puede evitarlo aunque quiera. Siempre sucederá así a pesar de él mismo. Nunca lo podrá cambiar. Es la imagen que da desde fuera. Nada que ver con estados de ansiedad, depresiones, o simple vulnerabilidad humana. Para los otros no cabe esa fragilidad que nunca le van a reconocer. Él no decide lo que proyecta en los otros. Incluso se sorprendería a sí mismo si tratara simplemente de adivinarlo.
Puede tener momentos para sí mismo, pero si los otros lo consideran una roca, allá irán a reclamarlo.
¿Qué he hecho con mi vida? Dura pregunta, Argamenón. Dura y necesaria. Supongo que siempre llegamos a ella, sin ganas de darnos acertada respuesta porque las horas se acumulan, también las próximas, y hay que seguir. La pregunta no detiene nada, a lo mejor se vuelve energía de la buena y arrolla, desbroza, abre caminos nuevos hacia la siguiente pregunta, tal vez: ¿qué voy a hacer con esta hora presente? ¿Adónde me llevará la siguiente hora? ¿Cuántas veces me traicionaré y me negaré a mí mismo? ¿Sabré salir airoso y reconfortado del roce con los otros?
Tengo muy presente su querido ascensor. Forma parte de su ir y venir por el mundo. Me pregunto si ese ascensor le da la misma imagen cuando sube que cuando baja.
Calidoscopios al margen, usted también anhela armonía. Cierta armonía conciliadora. Es otro motivo, supongo, del anhelo de vivir, creer sentirla a veces, refugiarnos en su confortabilidad, encontrarla en determinados rostros y paisajes. En mi vida hay un lugar que llamo villa armonía, así como otro es villa Jamaica, pero esto no toca ahora.
Me lo va a permitir, pero no creo, una vez más, como le dice a Mangeles, que sea ajeno a su línea de reflexión, que suceda sin más, que usted se sorprenda de lo escrito y no le conceda ninguna importancia. Incluso lo ningunea. Bien, otros entramos aquí para desmentirle. Es lícita su postura y la nuestra, aunque tampoco resulta primordial dilucidar este punto con un sí o un no. En mi caso, sí creo lo que nos descubre. Me hace pensar. Me complica el tiempo siguiente, a veces días, desde que lo leo la primera vez. Una vez más, sus intenciones personales y lo que provoca en los otros son cosas diferentes y debe aceptarlo así.
Lo que si deseo y confío es que llegue el día en que los medios de comunicación reciban parte de su medicina. Hay cuentas que deben saldarse con todo menos con el perdón. Ya sé que no es un sentimiento cristiano, pero ¿quién desea que le reconforten?
Queramos o no queramos estamos manchados con el contacto ajeno. Si ya es bastante difícil abarcar la angustia del yo, añadirle el barniz externo resulta extenuante. Usted profesa la verdad evangélica de la paciencia, la ira desatenta, bien atada y controlada, la certidumbre de que paz interior es sinónimo de tranquilidad. Bien, pero ¿qué pasa cuando quedan tantos cabos sueltos, súbitos y repentinos deseos de no cruzar por el paso cebra, olvidarse la corbata y actuar desde los muchos otros que también somos nosotros? Las normas sociales, su ritual formal, es tan desalentador, que a veces saltarse una cola te quita cinco años de vida prudente, la vida que te han dicho siempre que es la única posible.
Una persona como usted, paradojas al margen, renqueante o no, no puede venir aquí y decirnos: esto es lo que hay, no prometo nada, seguiré cruzando los dedos a mi destino. No, si ha vislumbrado la situación, si la describe y le saca los posibles reflejos a esa realidad múltiple, es que puede y debe transformarla para usted, para los suyos más cercanos y si queda aliento ampliar el círculo a más gente. Para fracasar ya tenemos toda la vida de superviviente que llevamos. Además, siempre hay una estética del fracaso esperándonos. Por deformación profesional elijo una atractiva, perturbadora por atractivamente literaria, puede ser la de Scott Fitzgerald, Oscar Wilde, mi querido Dostoievski. De momento, me pondré a esperar.
Calimatias, casi siempre pienso que escribo lo que escribo tan sólo para poder ser destinatario de los comentarios que recibo. La pena de verdad es que queden en eso y que no pueda elevarlos a la categoría de "entradas principales". Si Mangeles, El Lenguaraz y usted mismo no me reclamaran derechos de autor, reproduciría algunos comentarios suyos más adelante como auténticos testos principales, y estoy más que seguro de que serian ampliamente celebrados por sus posibles lectores. Es una tentación que, le reconozco, me asalta con cierta frecuencia.
Pero para evitar que esto se convierta unos juegos florales previamente no convocados, ahí lo dejo, agradeciéndoles de todo corazón sus intervenciones y consejos.
¿Quién insinuó incomodar, Sirena Varada?
Incomoden ustedes todo lo que puedan, a mi me encanta, se lo aseguro.
Sr. Argameno: Ya sé que escribo fatal, y siempre he odiado hacer regalos de "cosas" que no son "buenas"..pero aún así...le REGALO todo lo escrito por mí, y lo que hay en mi blog "mío" (que bien poco es, por cierto), si lo quiere usar para algo. Eso sí, si se hace rico con ello, me tendrá que invitar a cenar al Hotel Ritz ehhh.
Besos
Termino de leerte y luego de leer a Mangeles, aqui en tu blog.
Que cierto es lo que ella dice!
Yo tambien me he preguntado lo mismo mirandome a un espejo nublado, otras veces mas optimista, otras irreconocible, en fin.
Lo cierto es que uno hace cosas con su vida, no todas son genialidades, que va!! Pero hace cosas y se replantea, y se busca hasta ver que es lo que encuentra.
Cava pozos, traga tierra, por eso me entendiste perfectamente.
Y algunas veces se encuentran tesoros.
Como dice Mangeles, yo tambien he encontrado en estos caminos, llevando como estandarte una pregunta parecida a la tuya, tesoros llenos de vida, de magia, de fantasia y me he quedado a vivir lo que se pueda.
Un privilegio de los que se preguntan, de los que tienen inquietudes mas alla de las apariencias y de las imagenes que devuelven los espejos.
Me ha gustado leer tus cavilaciones y tambien las de Mangeles.
Besos
Argamenon¡¡¡¡¡ que tiene la chica más dulce de los blogs diciendonos cosas bonitas...CONTESTE, HOMBRE, CONTESTE....
Calimatias se parece Vd. al Juez Garzón, buscando al SR. X jejeje
Mangeles, ¿para qué quiere usted que estropee el comentario de Pato?
Yo se lo agradezco y, prudente, me siento obligado a pernamecer en silencio sacando todas las consecuencias posible. Ya sabe lo que dijo el poeta: "No lo toques ya más, que así es la rosa"
Ohhhhh...idem
LE TOCA PONER OTRO POST...AQUÍ ya no hay quien ponga ningún comentario...con lo que hablan el Aníbal, el Calimatias y el Lenguaraz ...se ha llenado todo...juer...
Que conste que yo lo digo por los que solo escriben con dos dedos...que yo TENGO DIEZ para subir y bajar al pozo ehhhh..Pero joder..parece viaje al fondo del mar....
PASATE POR MI BLOG, HAY ALGO PARA TI,
UN BESO
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