Seguramente es idiota hablar de la sensación que se tiene cuando uno tiene la sensación autentica de ser mayor, pero por lo que he visto es realmente efectivo para conseguir la solidaridad de muchos, la caridad de algunos otros, y el irremediable “le acompaño en el sentimiento” dicho entre dientes por unos pocos, posiblemente aquellos conscientemente jóvenes que no saben todavía de que va esta historia pero se sienten en la obligación de participar en algo tan desapasionante y ajeno a ellos mismos como para tratar de no quedar en evidencia. Ellos lo tienen más claro que nadie. Dicen lo que no sienten porque intuyen, más que saben, que las cosas son lo que son, casi siempre irremediables pero evidentemente ajenas, y lo dicen con la indiferencia del que ignora que de ellas puedan nacer mil consecuencias no necesariamente afortunadas. Efectivamente no hay nada como estar lejos de un problema para que el problema no exista o, en el peor de los casos, para que se minimice hasta convertirse en absurdo. Ya se sabe lo fácil que es resolver las cuestiones que siempre nos plantean los demás y que no tenemos más remedio que asumir como si fueran nuestras. Realmente sólo se necesita de buenas palabras, las más ampulosas y huecas que seamos capaces de reunir, y sobre todo suficientemente ambivalentes, que nunca comprometan demasiado, que puedan servir para casi todo, y que tengan musicalidad y un cierto ritmo.
Es curioso como todo ser humano tiene un sentido musical innato evidente, incluso aquellos que presumen de carecer de oído porque lo suyo de verdad es la lectura, que siempre - dicen - es otra cosa. Yo me dí cuenta de ello desde el primer momento de mi vida consciente. Me percaté de ello como también me percaté de que todo parecía interesarme; era un observador compulsivo entendiera o no entendiera lo que veía. Me fijaba en todo y todo lo registraba y archivaba en los respectivos casilleros de mi mente, donde almacené montañas de escenas, gestos, palabras, risas y llantos, emociones, sensaciones, desconciertos… Allí quedaron todos registrados, guardando, por supuesto, la distancia adecuada con respecto a mi mismo. Todo, fuera lo que fuera y por muy tonto que pudiera parecer, me interesaba, y todo parecía tener su razón de ser, aunque dicho orden aparente respondiera al mas absoluto desorden nacido de un mundo de paradojas, inconsistente y repleto de contradicciones y absurdos. Pero, entonces, a mi todo me parecía mágico y atraía mi atención sin dejarme nunca indiferente. Bueno, tengo que ser sincero. Curioso era, pero también lo seguí siendo y aún más cuando me percaté de que la curiosidad podía ser el antídoto perfecto para poder evitar vivir la realidad, y que permanecer en segundo plano y en permanente observación era más fácil y mucho más cómodo que vivir y participar en los acontecimientos que observaba.
Pero a lo que iba. El sentido musical de los desorejados musicalmente hablando lo descubrí en un duelo funerario de los de antes, de los auténticos a los que no les suele faltar de nada y menos aún el coro de plañideras profesiones más que capaces de taladrarte con sus llantos e hipidos no sólo el tímpano, sino también el recinto amurallado del alma donde sueles ocultar los sentimientos y las emociones genéricas, esas que se reservan para los demás en general, ni demasiado ciertas ni totalmente falsas; lo dicho, tibias sin más. Las otras, las propias e inmediatas, ésas siempre suelen estar a flor de piel y no hay forma humana de protegerlas; quizá tan sólo de disfrazarlas adecuadamente, y no necesitan de ninguna música para manifestarse.
Pues es cierto y así lo observé y lo escribo; aquellas plañideras hicieron emocionar, con sus cantos de delfines juguetones, a todos los asistentes, y algunos eran manifiestamente inútiles para apreciar dos notas seguidas. Aún se me encoje el ánimo cuando lo recuerdo a pesar de haber olvidado a quién se velaba.
Seguramente desde la perspectiva de mis treinta y algunos años haya sido improcedente lamentarme de algunas cuestiones que son meramente circunstanciales para la gran mayoría de los mortales, incluso para mi mismo, pero ¿por qué no hacerlo sin miramientos? ¿No es, acaso, un problema de tiempo nada más?
¿Miedo a hacernos mayores? No, por supuesto que no. ¿Miedo, dice usted? ¡Que va! El tiempo no es nada, ni siquiera cuenta. El tiempo va a su bola y nosotros a la nuestra si es eso lo que queremos, que casi siempre, salvo que seamos lamentablemente fatalistas, queremos. A mi jamás me ha dado miedo el tiempo quizá porque estoy situado aún en tierra de nadie: a caballo del ayer, que lo tengo aún entre las manos, encima de la palma, aunque ya próximo al extremo de los dedos y a punto de caer al vacío más vacío posible, y del mañana, que también está a punto de acampar sobre mi propia mano y asentar sus reales creándome el desasosiego que presumo me va a crear. En fin, que soy una especia de malabarista de la realidad, que la asumo, discuto, trato inútilmente de transformarla, me quejo de ella y, resignadamente, la vivo con la pretensión inconformista de que me permita al menos tener derecho al pataleo.
Creo que ese derecho es el único que nos identifica como seres humanos de verdad. Me encanta despotricar de casi todo y no aceptar casi nada. Me analizo, mi disecciono, busco reacciones que quisiera encontrarme y que no aparecen por ninguna parte, y encuentro consecuencias a hechos que ni siquiera pude adivinar que existían en mi entorno y que con seguridad estuvieron ahí. Me acuso y me condeno sin paliativos. Me redimo pocas, muy pocas veces. Pero desde siempre eso que me permito a mi mismo no se lo he permitido a los demás nunca. Ellos no son quiénes ni para condenarme, que por supuesto no lo harían habitualmente si fueran seres pensante y no teledirigidos, que cada vez hay más, no por malicia, sino por comodidad, porque es mejor dejarse llevar, porque para qué remar contra corriente con lo agotador que parece ser, y sobre todo para qué, si el resultado final suele ser el mismo. Sí, lo dicho; a ellos, los acomodaticios, los estables, los amorfos, a ellos si lo hicieran, si me condenaran, ni se lo tendría en consideración y no me importaría lo más mínimo; pero si me redimieran aún se lo aceptaría menos aún precisamente porque quiero seguir siendo dueño de mi vida, y la única manifestación inteligente de mi propia realidad es la de ser redactor voluntario y único de mi testamento vital, ése que deberá decir lo que debería decir cuando seguramente no podré decir lo que había pensado decir mil doscientas veces antes . Que nadie sea capaz de sustituirme, de quitarme de en medio, de aparcarme junto al andén de salida habiéndome puesto entre las manos el billete determinado a un destino cierto. Que nadie sea capaz de absolverme de nada, salvo que yo lo solicite, que no lo haré, no por coherencia, que eso es sinónimo de inteligencia natural, sino por soberbia, que es igualmente sinónimo pero, en este caso, de falta de inteligencia incluso más natural y más humana pero mas coherente con cualquier descendiente directo de nuestros primeros padres, aquellos que, gracias a Dios, nos hicieron como nos hicieron: infelices, seguro; pero, sobre todo, vitales. Tan vitales como vengo diciendo, con el rasgo más característico de nuestra propia naturaleza, la de reivindicar y hacer uso de nuestro derecho al pataleo.
¿Hacernos mayores? ¡Que maravilla! Y perder… ¿la conciencia de lo que fuimos?; ¿la memoria de lo que hicimos? ; ¿nuestra independencia?; ¿nuestra fuerza?, ¿nuestra esperanza de dejar de ser lo que somos, y lo que fuimos? ¿Encontrar por fin las barreras a nuestros sueños para asentarlos en sus juntos términos y no nos desboquen el corazón? ¡Renunciar! ¡Dejarnos ir! ¿Aceptar sin remisión?
No tengo idea de si lo que me asustaría es todo lo que no he hecho y alguna vez quise hacer, o de verdad perder la memoria de todo lo inútil que hice, de toda la perdida de tiempo, de toda la pequeñez de miras en la que me dejé perder. ¿No será que la perdida de memoria es la única posible redención que podría quedarnos? ¿No será que es, en realidad, la redención divina en la tierra que nos viene a trasladar de nuevo al paraíso, a ese paraíso del que salimos por culpa de una manzana cuando seguramente no éramos conscientes de casi nada, por no decir de nada, y sólo nos limitábamos a ser felices?
¿Quejarme de ser mayor…? ¿Y quién se queja? Yo no. Yo aspiro a ser mayor, pero muy mayor, y si es posible a saber por fin, aunque sea por una sola vez, por qué decía lo que decía. En resumidas cuentas, a llegar a saber quién había sido, por qué y para qué había sido; es decir, mi razón de ser, si es que tendría que haber alguna, y no todo fuera producto de la casualidad, del azar y de la evolución-involución de la materia. Aspiro a encontrarme conmigo mismo un segundo antes de olvidarme de todo. ¿Quién podría ser capaz de aguantar una visión parecida por más tiempo? Yo seguro que no.
Es curioso como todo ser humano tiene un sentido musical innato evidente, incluso aquellos que presumen de carecer de oído porque lo suyo de verdad es la lectura, que siempre - dicen - es otra cosa. Yo me dí cuenta de ello desde el primer momento de mi vida consciente. Me percaté de ello como también me percaté de que todo parecía interesarme; era un observador compulsivo entendiera o no entendiera lo que veía. Me fijaba en todo y todo lo registraba y archivaba en los respectivos casilleros de mi mente, donde almacené montañas de escenas, gestos, palabras, risas y llantos, emociones, sensaciones, desconciertos… Allí quedaron todos registrados, guardando, por supuesto, la distancia adecuada con respecto a mi mismo. Todo, fuera lo que fuera y por muy tonto que pudiera parecer, me interesaba, y todo parecía tener su razón de ser, aunque dicho orden aparente respondiera al mas absoluto desorden nacido de un mundo de paradojas, inconsistente y repleto de contradicciones y absurdos. Pero, entonces, a mi todo me parecía mágico y atraía mi atención sin dejarme nunca indiferente. Bueno, tengo que ser sincero. Curioso era, pero también lo seguí siendo y aún más cuando me percaté de que la curiosidad podía ser el antídoto perfecto para poder evitar vivir la realidad, y que permanecer en segundo plano y en permanente observación era más fácil y mucho más cómodo que vivir y participar en los acontecimientos que observaba.
Pero a lo que iba. El sentido musical de los desorejados musicalmente hablando lo descubrí en un duelo funerario de los de antes, de los auténticos a los que no les suele faltar de nada y menos aún el coro de plañideras profesiones más que capaces de taladrarte con sus llantos e hipidos no sólo el tímpano, sino también el recinto amurallado del alma donde sueles ocultar los sentimientos y las emociones genéricas, esas que se reservan para los demás en general, ni demasiado ciertas ni totalmente falsas; lo dicho, tibias sin más. Las otras, las propias e inmediatas, ésas siempre suelen estar a flor de piel y no hay forma humana de protegerlas; quizá tan sólo de disfrazarlas adecuadamente, y no necesitan de ninguna música para manifestarse.
Pues es cierto y así lo observé y lo escribo; aquellas plañideras hicieron emocionar, con sus cantos de delfines juguetones, a todos los asistentes, y algunos eran manifiestamente inútiles para apreciar dos notas seguidas. Aún se me encoje el ánimo cuando lo recuerdo a pesar de haber olvidado a quién se velaba.
Seguramente desde la perspectiva de mis treinta y algunos años haya sido improcedente lamentarme de algunas cuestiones que son meramente circunstanciales para la gran mayoría de los mortales, incluso para mi mismo, pero ¿por qué no hacerlo sin miramientos? ¿No es, acaso, un problema de tiempo nada más?
¿Miedo a hacernos mayores? No, por supuesto que no. ¿Miedo, dice usted? ¡Que va! El tiempo no es nada, ni siquiera cuenta. El tiempo va a su bola y nosotros a la nuestra si es eso lo que queremos, que casi siempre, salvo que seamos lamentablemente fatalistas, queremos. A mi jamás me ha dado miedo el tiempo quizá porque estoy situado aún en tierra de nadie: a caballo del ayer, que lo tengo aún entre las manos, encima de la palma, aunque ya próximo al extremo de los dedos y a punto de caer al vacío más vacío posible, y del mañana, que también está a punto de acampar sobre mi propia mano y asentar sus reales creándome el desasosiego que presumo me va a crear. En fin, que soy una especia de malabarista de la realidad, que la asumo, discuto, trato inútilmente de transformarla, me quejo de ella y, resignadamente, la vivo con la pretensión inconformista de que me permita al menos tener derecho al pataleo.
Creo que ese derecho es el único que nos identifica como seres humanos de verdad. Me encanta despotricar de casi todo y no aceptar casi nada. Me analizo, mi disecciono, busco reacciones que quisiera encontrarme y que no aparecen por ninguna parte, y encuentro consecuencias a hechos que ni siquiera pude adivinar que existían en mi entorno y que con seguridad estuvieron ahí. Me acuso y me condeno sin paliativos. Me redimo pocas, muy pocas veces. Pero desde siempre eso que me permito a mi mismo no se lo he permitido a los demás nunca. Ellos no son quiénes ni para condenarme, que por supuesto no lo harían habitualmente si fueran seres pensante y no teledirigidos, que cada vez hay más, no por malicia, sino por comodidad, porque es mejor dejarse llevar, porque para qué remar contra corriente con lo agotador que parece ser, y sobre todo para qué, si el resultado final suele ser el mismo. Sí, lo dicho; a ellos, los acomodaticios, los estables, los amorfos, a ellos si lo hicieran, si me condenaran, ni se lo tendría en consideración y no me importaría lo más mínimo; pero si me redimieran aún se lo aceptaría menos aún precisamente porque quiero seguir siendo dueño de mi vida, y la única manifestación inteligente de mi propia realidad es la de ser redactor voluntario y único de mi testamento vital, ése que deberá decir lo que debería decir cuando seguramente no podré decir lo que había pensado decir mil doscientas veces antes . Que nadie sea capaz de sustituirme, de quitarme de en medio, de aparcarme junto al andén de salida habiéndome puesto entre las manos el billete determinado a un destino cierto. Que nadie sea capaz de absolverme de nada, salvo que yo lo solicite, que no lo haré, no por coherencia, que eso es sinónimo de inteligencia natural, sino por soberbia, que es igualmente sinónimo pero, en este caso, de falta de inteligencia incluso más natural y más humana pero mas coherente con cualquier descendiente directo de nuestros primeros padres, aquellos que, gracias a Dios, nos hicieron como nos hicieron: infelices, seguro; pero, sobre todo, vitales. Tan vitales como vengo diciendo, con el rasgo más característico de nuestra propia naturaleza, la de reivindicar y hacer uso de nuestro derecho al pataleo.
¿Hacernos mayores? ¡Que maravilla! Y perder… ¿la conciencia de lo que fuimos?; ¿la memoria de lo que hicimos? ; ¿nuestra independencia?; ¿nuestra fuerza?, ¿nuestra esperanza de dejar de ser lo que somos, y lo que fuimos? ¿Encontrar por fin las barreras a nuestros sueños para asentarlos en sus juntos términos y no nos desboquen el corazón? ¡Renunciar! ¡Dejarnos ir! ¿Aceptar sin remisión?
No tengo idea de si lo que me asustaría es todo lo que no he hecho y alguna vez quise hacer, o de verdad perder la memoria de todo lo inútil que hice, de toda la perdida de tiempo, de toda la pequeñez de miras en la que me dejé perder. ¿No será que la perdida de memoria es la única posible redención que podría quedarnos? ¿No será que es, en realidad, la redención divina en la tierra que nos viene a trasladar de nuevo al paraíso, a ese paraíso del que salimos por culpa de una manzana cuando seguramente no éramos conscientes de casi nada, por no decir de nada, y sólo nos limitábamos a ser felices?
¿Quejarme de ser mayor…? ¿Y quién se queja? Yo no. Yo aspiro a ser mayor, pero muy mayor, y si es posible a saber por fin, aunque sea por una sola vez, por qué decía lo que decía. En resumidas cuentas, a llegar a saber quién había sido, por qué y para qué había sido; es decir, mi razón de ser, si es que tendría que haber alguna, y no todo fuera producto de la casualidad, del azar y de la evolución-involución de la materia. Aspiro a encontrarme conmigo mismo un segundo antes de olvidarme de todo. ¿Quién podría ser capaz de aguantar una visión parecida por más tiempo? Yo seguro que no.
20 Comments:
Seráaaaaa jodioooo...si tiene treinta y tantos y dice que es mayor....O SEA QUE YO SEGÚN VD. SOY UNA MOMIA NOOOO...menuda colleja le voy a dar.
Si su curiosidad, si su búsqueda incesante, no le hace daño... pues genial...
Me gusta su "soberbia", siempre y cuando se ponga un lazo rojo en la mano izquierda que le recuerde que NADA ES PERFECTO, NI NOSOTROS, NI LA VIDA, NI NADA...y si recuerda eso...pues siga buscando sus respuestas...que seguro que las encuentra.
Son necesarios los filósofos, porque el conocimiento es imprescindible para el ser humano, pero no creo que Platón o Sócrates dejaran de vivir "su vida cotidiana y simple" y vivieran en un "torbellino de vivencias", salvo en el torbellino de emociones que es el pensamiento y el conocimiento.
Besitos ARgamenon...me encanta que haya escrito esto el día de mi cumpleaños...
(Y deje de jodernos con la edad, que los hay que ya vamos pa cincuentones ufffff y algunos que yo me sé pa sesentones)
Amén.
Mangeles: 1º No me pude resistir a su requiebro, y salió lo que salió. Y 2º ¿Usted se cree todo lo que escribo? Fíjese que jamás me leo tan sólo para evitarme alguna que otra sorpresa.
Ginebra: Su concreción me deja una cierta duda razonable: ¿Confirma lo que escribo o simplemente me invita a que con mi pan me lo coma? En todo caso ambas posibilidades me parecen aceptables, incluso más la segunda que la primera.
Pues síiii ,...hasta ahora me lo creía todo...pero a partir de ahora tendré más cuidado ehhhh
Besitos
Ambas. Con su pan se lo coma (siempre) todo el mundo. Y en esta ocasión tenemos panes muy similares.
Por cierto....también se citar a "porta gayola ehhh"
Bueno...este me lo voy a copiar a mano ...que sé que es MIO...Besos de Sábado amigo Argamenón.
Tiene razón. A veces un segundo sería suficiente si colmara las aspiraciones. Saber por fin por qué decimos lo que decimos, quiénes fuimos y somos hoy día, cuál es la razón de nuestra existencia... Creo, como usted, que esa revelación o visión, de tan intensa, sería casi imposible de cumplirse con entera normalidad, algo en nosotros irrumpiría en ese proceso, lo aniquilaría por insoportable y cruel. Recibir la dentellada de la clarividencia un segundo siquiera sería tan temerario como inútil. Nos trastocaría la mente del alma, se la llevaría a pastar a tierra de adormideras para que nunca más nos viniera con la historia de esa añoranza: hubo una vez que vislumbré o intuí la razón de la existencia, de eso hace tantas lunas que se me desdibuja en la memoria.
Usted lo avisa sin tapujos: aguantar un segundo, no más. Que la desmemoria se convierta en posibilidad única de redención y de alivio. Pero, insisto, este deseo es difícil de cumplirse cuando uno es, para su desgracia, un observador compulsivo. O lo ha sido en los años difíciles y ahora, un tanto adormilados los detalles de entonces, recupera lo que se creyó sentir, la persona que se pudo ser, siempre un proyecto del ser, aunque todo sea vano. Queda, eso sí, el vago recuerdo de aquella costumbre de registrarlo todo, grande o pequeño, trascendente o insignificante.
Creo que uno no se elige en esas o en otras circunstancias. Te vienen de pronto. Te asaltan. Te dejan en vilo. Expectante o roto. Te juras y perjuras que no acometerás nunca más semejante atrevimiento, que no te acercarás a la caja de Pandora.
¿Una mirada curiosa puede apartarnos de nuestra propia realidad? ¿Poner el foco de atención en otros significa disimular nuestra vida en otras ajenas? ¿Propiciar el mecanismo complaciente de la huida? ¿La distracción ante la infamia personal? No tengo idea. Hubo un tiempo que vivía más pendiente de otros que de mí. Hasta algunos personajes de ficción tenían más entidad para mí que yo mismo. Sentía infinidad de cosas motivadas por ellos y desde ellos. ¿Significaba eso que no tenía vida propia? A lo mejor. Pero para el caso esas otras vidas también eran la mía, la nuestra, la de todos. Me pregunto si estamos bien seguros en la distancia o sólo nos creemos protegidos por el simple hecho de valorar esa distancia como barrera ante horrores propios. ¿Nos sentimos menos contaminados también? ¿Estamos más al margen?
No voy a contabilizarle las preguntas porque entiendo que un discurso sin ellas es como un desierto sin agua. Además las suyas abarcan certezas contundentes relativas al mando de su vida y a lo que no permitiría nunca a los demás que hicieran con ella. Me parece muy bien. Un alarde de orgullosa vanidad. Un sólido argumento. Un canto a la fortaleza propia. Un estímulo a seguir. Si no nos hubiera dejado tantos quebradizos paisajes de confusión y perplejidad; tantos espejos sueltos y paradojas se diría que ha llegado a su minuto de placidez personal, reconfortado, tranquilo y dueño de su edad interior, no sólo de la que muestre el calendario.
Esta vez no vacila. No nos dice que ignora de dónde proviene su mensaje. No lo despeña por el barranco del impulso irracional o del mero azar. Es duro, sereno a la vez que contundente,
El engaño de esa aparente pasividad a veces consiste, creo ahora, en que nos sirve de coartada temporal ante las injusticias que se producen en nuestra propia vida. Salimos al exterior para no acometer empresas personales. Y eso hace visible el engaño. Usted lo acepta con una de sus familiares paradojas. Nos advierte que su discurrir por la curiosidad le evita vivir la realidad muy de cerca, pero luego se confiesa malabarista de la misma realidad.
El malabarista ejerce un dominio asombroso de su práctica. Para usted es una acción inútil reivindicada voluntariamente. Dice que desea transformar la realidad, se queja de ella, es un rebelde inconformista... cargado del derecho al pataleo.
Una persona dispuesta a despotricar, que se analiza y disecciona, se acusa y condena (sin paliativos), que se perdona (a veces). Una persona en permanente brega consigo mismo.Puedo entender eso. De ahí esa pretensión final de ser dueño de la propia vida.
Pero es difícil no verse involucrado en las vidas ajenas. También es imposible no ver alterada la propia por las ajenas. Siempre hay un precio que pagar. Aceptarse en la edad no es suficiente. Aceptarse en los compromisos que trae la edad no es suficiente tampoco. Al menos una vez hay que arriesgarse y escuchar palabras de los que nunca comprenderán nada. Palabras como perdedor, idiota, defensor de causas estúpidas, etc. A lo mejor no merecemos ni más ni menos, pero cuadramos los números y por una noche dormimos a pierna suelta, sin agujeros estrepitosos en la red del sueño.
Ahora sí, ya debería decirle ¿qué diantres es esto? ¿Dónde quiero ir a parar? Qué respuesta es esta a lo que he leído una y otra vez? Pero si sigo por ahí se me pasará la vez como me ha sucedido con su escrito anterior. Un abrazo, querido Argamenón. Cuídese.
.
Uinss...pues si ya era una tarea escribir lo suyo a mano, ...escribir encima lo de Calimatias....bueno..tengo el domingo...hasta el partido de Españas...
Cuando era una cría, el Padre Ángel, Misionero en Madagascar, nos contó como habían construído una gran iglesia, hermosa y blanca. Y como el primer día que inaguraron la iglesia, y él recibía a los fieles, una mujer, que llevaba a su hijo en brazos, le limpió al chiquillo los mocos y se limpió la mano en la reluciente pared de la Iglesia. El padre Ángel gritó : ¡Mujer no sea guarra!, y la mujer respondió: Más guarros son Vd. que se meten los mocos en los bolsillos.
Así nos contó también, que algunos pueblos indígenas de África adoraban al sol, a los astros..etc..y que pensaban que las tormentas eran la voz de Dios...
Algunas niñas rieron. Yo pensé que aquella gente sabía pocas cosas y que quizá, dentro de muchos años, cuando la gente supiera más cosas de lo que nosotros sabemos hoy, también se reirian de nuestras creencias y nuestra cultura.
Yo no sé, no soy capaz de entender la teoría de la relativad; tampoco tengo ni la más remota idea de como se hace eso de "clonar" seres vivos...tengo que confiar en que existen personas que sí lo saben.
¿ Y si la existencia, y lo que somos, y el por qué existimos, es tan simple como la teoría de la relativad, o el arco iris en el cielo, o la genética...o que un avión vuele? ¿ Y no se volverá insignficante cuando lo sepamos? ¿ A lo mejor es que sólo le damos importancia a lo que no sabemos o no podemos saber?
Ya casi he terminado de copiar...continuo...
Sr. Calimatias, yo tuve un tiempo en que las pesadillas que tenía eran tan horrorosas, que tenía pánico a dormir. De forma, que, aprovechando que de niña siempre cambiaba el final de la historia de las pelis, o las continúaba...y como en TV5 ponian aquella serie de Nikita (la lucha ilegal gubernamental frente al terrorismo), hasta que los atentados del 11M hicieron que la serie desapareciera de las patallas...pues eso...que yo me pasaba las noches pensando en como Nikita y Michael iban a llevar ante los tribunales aquella organizacion gubernamental ilegal y asesina...y así hasta que amanecia... a los 4 o 5 días no podia más y dormia sin pesadillas.
Fuerona más de 3 meses...hasta que las pesadillas fueron remitiendo...y mi miedo a dormir terminó...PERO ME IMPORTA UN BLEDO, si viví mi vida o la de personajes de ficción...Uno hace lo que puede por vivir...jeje
Besos
"Uno hace lo que puede por vivir". No se puede decir tan claro y directo.
Para las mentes retorcidas como la mía sonaría más a: uno hace lo que puede por sobrevivir.
Lo que ya le dije en otras ocasiones. Es una narradora excelente. Un soplo fresco de vida. Me encantan sus recuerdos.
Mientras nuestro amigo Calimatias nos vuelve a escribir alguna historia ....pasesé por d2 (Miguel Vega)..lo pasará genial...
Besitos
Gracias por pasar por el espacio del "Diván". Me quedo con algo que refieres al final del texto "Sin título"..."Aspiro a encontrarme conmigo mismo un segundo antes de olvidarme de todo" o a lo mejor, agrego yo, de re-inventarme en otro para seguir viviendo. Vivimos pensándonos desde el Inconsciente y desde allí nos proyectamos. ¿La realidad? ¿Cuál? ¿Nuestra construcción de la realidad?
Te dejo mi saludo y te agrego en mis links.
Un Abrazo desde Argentina
Diego Flannery
"¿No será que la pérdida de memoria es la única posible redención que podría quedarnos?"
Posiblemente la pérdida de memoria sería una forma de redención si la memoria sólo sirviese para abrir las puertas que huyen de ti a toda prisa y te dejan los bolsillos faltos de esperanza y la cabeza descubriendo descampados. Hecha esta salvedad respondo a esa pregunta diciendo simplemente: no sé. Aunque, bien mirado, creo que decir "No sé" es bellísimo. De antemano te pones en tu esfera de posibilidades y luego tienes todo el tiempo del mundo para seguir sin entender nada, que es el presupuesto mínimo que barajan las posibilidades.
Quiero darle las gracias por sus palabras en mi blog que (al igual que las de Lenguaraz y Calimatías) son agua más que de mayo, enviarle un cordial saludo, y ya puestos dejar aquí “una sonrisa en la mirada”.
Fdo. Otra “miembro” (mientras el diccionario de la RAE no disponga otra cosa) de pleno derecho de su club de fans.
Casi nunca sé por qué escribo. Hoy parece tener un sentido, aunque sea tan patético como el de engordar mi propio ego. Gracias por sus palabras, Sirena. Cuando sea, no sé si mayor o menor, sólo cuando sea algo alguna vez me gustaría escribir como usted, se lo aseguro. Es un placer haberla descubierto y disfrutarla.
¿ Y si hacemos un trato con Calimatias...y Vd. y él escriben algo cada semana....y yo escribo algo cada mes?....Que tal..¡¡¡a ver si aparece el Lenguaraz y se apunta !!!...
"Curioso era, pero también lo seguí siendo y aún más cuando me percaté de que la curiosidad podía ser el antídoto perfecto para poder evitar vivir la realidad, y que permanecer en segundo plano y en permanente observación era más fácil y mucho más cómodo que vivir y participar en los acontecimientos que observaba."
Me vi en este párrafo.
Así he vivido, y mi manera de involucrarme en esa realidad que observo es escribir, le encontré la vuelta por fin a ese misterio.
Por eso está bueno vivir, mas allá de lo complejo y dificil que se vuelve ser mayor en un mundo hostil a la gente que ha pasado cierta edad (y digo cierta edad, porque todavía no tengo claro cuál es esa edad, supongo que los 40)Uno al vivir va descubriendo las razones de determinadas cuestiones que no tenemos ni idea por qué suceden.
Por ejemplo esa capacidad de observar, seguramente es por algo que seguramente te beneficia.
Uffff, estoy entrando a divagar, yo tambien quiero llegar a encontrar esa respuesta existencial de porqué estoy aquí y ahora en este mundo, si donde estaba antes era tan feliz :)
Besos.
Encontrarse justo antes de olvidar, ojalá. La verdad es que por ese instante muchas cosas tendrían sentido, pero quien sabe, ya nos llegará el momento supongo.
De mientras, a dejar que el tiempo pase y a vivir, cuanto más mejor.
Hacía tiempo que no pasaba por aquí.... un abrazo!
¿Vd. también está de vacaciones? ...jooo ...está todo el mundo parado... en fin..besos de entresemana
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