sábado, enero 12, 2008

¿Qué son los sentimientos?
Es curioso la cantidad de cosas inútiles que sabemos. La cantidad de frases hechas que nos vienen a la mente cuando no queremos decir nada, cuando tan sólo pretendemos dejar una imagen, crear un estereotipo, salvar, aunque casi nunca se sepa de qué, nuestro propio ego. Es curioso lo seguros que nos sentimos cuando logramos seguir atados a nuestros condicionantes, protegidos o aislados, que de todo debe haber, por el corsé de lo socialmente correcto y humanamente aceptable que nos sostiene y da prestancia. Pero, ¿y los sentimientos? ¿Dónde podemos ir a buscarlos cuando algo nos toca de lleno y queremos ser nosotros mismos?
Tiene bemoles la vida, pero sobre todo lo que tiene más bemoles es en lo que la estamos convirtiendo, toda ella envuelta en papel de celofán brillante y suave, pero que crepita y cruje como lo haría un tronco en el fuego.
Seguro que una cosa es el juego de las palabras, que las hay de todos los colores y texturas e incluso algunas creo que inútiles, y otra la realidad de los sentimientos cuando son simplemente eso: ¡simplemente sentimientos!
Nuestra vida suele estar tan llena de lugares comunes que deja de ser vida para convertirse en otra cosa seguramente más cómoda, pero también más inútil. La moldeamos y remodelamos con ese capricho insensato de pretender quitarle cualquier arista que pudiera hacerla disonante, y la convertimos en un encefalograma plano por el que deslizarnos tan inútilmente como sin riesgo alguno que, de existir, pudiera obligarnos a algo más que no sea simplemente mirar y, en el mejor de los casos, hasta ver.
Nuestra vida es imagen, está claro. ¡Ver por ver, y alguna vez, las menos, tocar! El resto ya empieza a ser historia.
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Pero a pesar de todo lo dicho hasta aquí, debo reconocer cobardemente que me dan pánico los sentimientos porque, cuando los tengo, los siento y me desconciertan y me descolocan. Porque son ellos; a pesar de mí y de mis medidas de seguridad, cortafuegos que pudieran aislarme de su riesgo. Porque se enrocan en mi alma que parece estar ahí, aunque nunca llegue a saber dónde, y tan sólo la perciba como una vibración, como un ronroneo molesto. Bueno, la verdad es que no la siento. En realidad casi siempre me invade, me abarca, me comprime, y yo la niego porque sí, porque soy racional y lógico, porque no creo en ella; porque no debo creer en ella; porque es inútil creer en ella; porque ¿para qué creer en ella? Pero ella, que tampoco debe creer en mí y le importa un comino lo que yo pueda opinar de ella, sigue impertérrita manifestándose, haciéndoseme patente como las caras de Belmez pase lo que pase y pese a quien pese.

Me duelen los sentimientos que no puedo controlar quizás por ello mismo, porque son sentimientos y por tanto espontáneos, incontrolables y libres. Porque nacen desde lo más profundo y sin permiso. Porque son autónomos y sinceros, los no sinceros seguro que son otra cosa, ni mejor ni peor, pero otra cosa. Porque nos dejan desprotegidos. Porque nos hacen llorar sin pretenderlo, y llorar es lo más idiota que nos puede pasar a quienes como yo pretendemos sobrevivir a nuestras propias limitaciones, que son todas.

Hoy me siento tan vulnerable que hasta podría reconocer que suelo llorar con mucha frecuencia. Realmente no es lo que pudiera parecer dicho así, sin previo aviso, pero casi casi. Se me escapan las lagrimas con facilidad y me siento débil por ello a pesar de que soy un ser lo suficientemente baqueteado por la vida como para resistir casi todo, menos a lo injusto por lo injusto, que debe ser el no va más en mi concepto de las cosas.
Como hace mil años empecé a conocer mis debilidades, doy vueltas y más vueltas para disimular lo que soy; para disimular lo que quiero decir; para disimilar lo que siento aunque no quiera sentirlo; para disimular que estoy disimulando que vivo, y que vivir es algo terrible pero maravilloso a la vez; algo fundamental y grande, aunque no llegue a entenderlo del todo. Pero, ¿qué voy a entender yo con tantas preguntas inútiles como suelen rodearme? Para entender algo uno debiera limitarse, cuadricularse y encajarse entre las reglas estrictas del juego y no discutirlas, y yo ni sé como hacerlo, ni tampoco quisiera nunca llegar a hacerlo. Me gusta mi sin sentido; me desconcierta alguna vez, lo reconozco, y en muchas ocasiones me hace demasiado vulnerable, pero me gusta porque me hace sentir contradictorio y sobre todo humano ¿Cómo podría limitarme más conscientemente con lo limitado que me siento inconscientemente?

Pero centrémonos en la razón de ser de hoy.
Llevo una semana tocado, y además y sobre todo ¡hundido! Alguien a quien no conocía más allá de lo que se puede llegar a conocer a una persona a través de un montón de palabras dispersas decidió un día irse a no sé dónde, y me siento perdido por ello. Es curioso que el perdido sea yo, pero eso debe ser el sentimiento; una especie de vértigo que te deja en mitad de ninguna parte, a la vez feliz, por inconsciencia, y a la vez tambaleándote por ser consciente. ¿Qué sé yo? Sólo sé que quisiera poder encontrar las palabras que acertaran a perfilar en cuatro trazos mi sentimiento de hoy. Pero imposible del todo. ¿Cómo voy a encontrar las palabras si no sé ni siquiera cómo podría ser ese sentimiento? Sólo sé que lo siento, y que lo que siento me conduce directa e irremisiblemente al silencio, y no me da la gana admitirlo. Hay silencios cobardes, y silencios desprovistos de cualquier significado, tan sólo fríos y distantes. Hay silencios que lo llenan todo y te abrazan calidamente. Pero mi silencio de hoy lo es de impotencia, tristeza y desconcierto. Mi silencio de hoy, tan lleno de las palabras huecas que acabas de leer, no tiene más razón de ser que la busca y captura del sentimiento que no sé como expresar pero me nace a flor de piel y me llena hasta lo más profundo haciéndome perder el equilibrio, lo que jamás aceptaría por cualquier otra razón. Pero, ¿qué le vamos a hacer? ¡Ojala supiera encontrar el camino!
Me temo que empiezo a estar un poco harto de volver casi siempre de todas partes.