domingo, julio 15, 2007

( INFIERNO S.A. Deidad, 20-IV-2007; replica de Luzbel Guerrero el 21 ArTRIDA)

IN MEMORIAM

Nos encantaría ser lo que creemos que somos, pero lamentablemente no solemos ser lo que creemos ser, al menos lo que creemos ser para los demás, que es lo único que nos preocupa de verdad. Ellos son dios; nuestro único dios, único y verdadero; la razón final de nosotros mismos. Bueno, tampoco tengo claro si son ellos, a los que en el fondo despreciamos cuando no los ignoramos, o la opinión que pudieran tener de nosotros.
Lamentable, ¿verdad? ¿Pero quien es capaz de reconocerlo? Yo no, porque hoy ni siquiera soy capaz de canalizar debidamente mis ideas. Las palabras o las letras que representarían esas palabras se superponen entre si, unas a otras, y casi todas a mis propias ideas, y me doy exacta cuenta de que estoy supeditado a mi propia naturaleza de ser humano, condicionado no sólo por su racionalidad sino por la consciencia de esa presunta racionalidad. Soy mucho menos de lo que creo ser, que no es fácil de aceptar desde el momento que he sido aparentemente capaz de pensar sin asistencia mecánica, y seguramente mucho más de lo que en este momento me manifiesto, condicionado levemente por factores externos. Debo reconocer que esos factores externos son simples factores tan vulgares como la vida misma, una simple copa de más que quizá me desinhiba, punto a favor, pero que también me obnubile de alguna forma, punto en contra; por lo tanto, empate. Factores que con idéntica fuerza se contrarresten debieran dejarnos en el mismo lugar aunque fuera irremediable que tuviéramos que sentir en todo momento esa sensación de inconsistencia que nos caracteriza cuando somos sinceros.
Sólo los imbéciles deben sentirse muy seguros de si mismos. Yo no. Yo sabiéndome algo imbécil me siento también inconsistente, pero sentirme es al menos un síntoma, y los síntomas pueden definir un estado, sea de ánimo o de enfermedad, incluso de inconsistencia.
¡Soy un ser humano! – Bueno, lo creo-. Quiero pensar que sí, me da una cierta estabilidad.
¡Quiero seguir siendo un ser humano!
¡No me da la gana estar mediatizado pretendiendo ser dios!
¡Quieroooo… ser, qué ya es bastante!
No sé si estoy limitado a ser sapiens, o si soy la razón ultima y única del humanismo, que tampoco sé a ciencia cierta lo que es más allá de los conceptos racionales; en el fondo poco más que notas musicales de una sinfonía inacabada, seguro.
Quiero ser, y respirar, y llorar también sintiéndome profundamente débil; siendo incapaz de impedir que mis sentimientos se adueñen de mi, y me muestren tal y como soy. Quiero ser lo que soy, sin que nadie me diga que debo ser, ni como debo ser; y ya, puestos a ello, ni por qué debiera ser de otra forma. Los expertos en el maquillaje de la realidad siempre encuentran razones de signos opuestos para justificar lo uno y, si fuera necesario, lo opuesto. Yo soy lo que soy para bien y para mal, nada más, y con ello no estoy asumiendo como mal irremediable la predestinación, que debe ser agua de otro costal. Simplemente acepto ser lo que soy con buena voluntad, temblando, eso si, en mi envase de flan de huevo con la legitima sospecha de ser simplemente de polvo, es decir, lo mismo, pero distinto.
¿Humano? ¡Si!, ¡humano y nada más!; ni sapiens, ni no sapiens.
Quiero ser yo, si tener que recurrir a una copa de más. ( Por cierto, hoy he paladeado los restos del contenido de una botella que tenían más de veinte años y ya no sé si eso es reserva de reserva o simplemente putrefacción por aburrimiento , desidia u olvido; la verdad es que me he sentido importante mientras leía la etiqueta “Larressingle” “Armagnac” y retiraba de mi boca restos de un corcho ya algodonoso e inconsistente. Me temo que pueda salir de la peor forma, pero, ya se sabe, todo lo aparente debe tener sus propios riesgos, y hay que sufrirlos. El tiempo es para todos, incluso para los que presumen de estar en un estadio superior, y el “armagnac” debe de estar, imagino, que no lo sé, ¿por encima del cognac?) Lo dicho, quiero ser yo sin buscar aditamentos, sin adjetivar grandilocuentemente cada acto propio para justificarlo, sin pretender llegar a saber como se juntan las palabras para que nadie, ni siquiera vosotros, os sintais alguna vez obligados a darme la razón.
Quiero ser yo, y que mi yo escriba su propia historia tan pretenciosa como inútil, igual a la de muchos otros. Y a pesar de todo, y de saberlo: ¡Quiero…!
No me he tomado el pulso y no lo sé a ciencia cierta, pero eso de querer, ¿será que he resucitado?