Me he percatado que empiezo a ser “usted” y no tú. Que mis argumentos no son tales. Que escribo demasiado largo. Que razono demasiado corto. Y que son mis vísceras las que quedan enredadas entre palabras y más palabras a lo largo y ancho de mis escritos, y que estos suelen ser el resultado de las reacciones lógicas a mis habituales silencios.
Me he percatado con harto dolor de todo mi ser que no soy Carver, y esto ha terminado por romperme el corazón. ¿Si no soy Carver, qué esperanza me queda? No soy directo en mis escritos. Menos aún soy preciso. Y para nada ni exacto, ni natural. No los leo y releo hasta la extenuación. Ni siquiera los corrijo un poco. Sólo junto palabras y las arrincono en mi entorno para que intenten darme calor y me arropen de alguna forma. No quiero permanecer callado y cada vez me gusta menos abrir la boca ¿Será eso o será que sufro del síndrome de Diógenes y ya no soy capaz de seleccionarlas y desechar las innecesarias?
Cuando uno necesita calor es que tiene frío; que empieza a sentir que sus huesos le chirrían y tiritan congelados, y que su cuerpo ha dejado de ser su cuerpo para convertirse en simple mortaja extraña a unos pensamientos que oscilan sin ritmo como haría la llama de una vela frente a una corriente ligera.
Sé que es muy manido lo que he escrito, y que la figura utilizada es el no va mas de lo vulgar y común, pero estamos en navidad y esto, estoy seguro, lo disculpa casi todo; por lo tanto, lo siento por mi mismo, pero lo escrito escrito está y ahí queda para escarnio de su autor. Estamos en navidad y yo me siento, no sé por qué, ausente y lejano, ni aquí ni allí, simplemente consciente de que hasta mi respiración es asistida y mis pulmones se contraen y expanden al ritmo que marca la ortodoxia. Consciente de ello, y atónito por ello.
¡Me encanta la navidad!
¡Me encantan estos días!
Me temo que como siga por este camino me voy a empezar a encantar de mi mismo, y eso, ¡no!, ¡hasta ahí podíamos llegar!
En fin, según parece casi siempre se resucita después de muerto, y yo confío que esto no sea nada; una fiebre pasajera, una mala copa, un viaje incontrolado, lo dicho: un simple día de navidad con todos los aditamentos propios de estas fechas. Pero como confío, como digo, aunque no sepa exactamente en qué, pues a seguir confiando, que ya es bastante por el momento.
No soy Carver, está claro, y sé que este reconocimiento es una decepción, una más en mi vida, con la que tendré que apechar sabiendo como sé que ni siquiera tiene remedio.
….
Nada de esto es lo que quería escribir, pero así son las palabras: ¡Caprichosas! Están vivas y nunca son del todo nuestras, gracias al cielo.
Que suerte tenemos los que sabemos que nuestra vida es tan sólo un poco nuestra, y el resto ni se sabe de quién.
Me he percatado con harto dolor de todo mi ser que no soy Carver, y esto ha terminado por romperme el corazón. ¿Si no soy Carver, qué esperanza me queda? No soy directo en mis escritos. Menos aún soy preciso. Y para nada ni exacto, ni natural. No los leo y releo hasta la extenuación. Ni siquiera los corrijo un poco. Sólo junto palabras y las arrincono en mi entorno para que intenten darme calor y me arropen de alguna forma. No quiero permanecer callado y cada vez me gusta menos abrir la boca ¿Será eso o será que sufro del síndrome de Diógenes y ya no soy capaz de seleccionarlas y desechar las innecesarias?
Cuando uno necesita calor es que tiene frío; que empieza a sentir que sus huesos le chirrían y tiritan congelados, y que su cuerpo ha dejado de ser su cuerpo para convertirse en simple mortaja extraña a unos pensamientos que oscilan sin ritmo como haría la llama de una vela frente a una corriente ligera.
Sé que es muy manido lo que he escrito, y que la figura utilizada es el no va mas de lo vulgar y común, pero estamos en navidad y esto, estoy seguro, lo disculpa casi todo; por lo tanto, lo siento por mi mismo, pero lo escrito escrito está y ahí queda para escarnio de su autor. Estamos en navidad y yo me siento, no sé por qué, ausente y lejano, ni aquí ni allí, simplemente consciente de que hasta mi respiración es asistida y mis pulmones se contraen y expanden al ritmo que marca la ortodoxia. Consciente de ello, y atónito por ello.
¡Me encanta la navidad!
¡Me encantan estos días!
Me temo que como siga por este camino me voy a empezar a encantar de mi mismo, y eso, ¡no!, ¡hasta ahí podíamos llegar!
En fin, según parece casi siempre se resucita después de muerto, y yo confío que esto no sea nada; una fiebre pasajera, una mala copa, un viaje incontrolado, lo dicho: un simple día de navidad con todos los aditamentos propios de estas fechas. Pero como confío, como digo, aunque no sepa exactamente en qué, pues a seguir confiando, que ya es bastante por el momento.
No soy Carver, está claro, y sé que este reconocimiento es una decepción, una más en mi vida, con la que tendré que apechar sabiendo como sé que ni siquiera tiene remedio.
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Nada de esto es lo que quería escribir, pero así son las palabras: ¡Caprichosas! Están vivas y nunca son del todo nuestras, gracias al cielo.
Que suerte tenemos los que sabemos que nuestra vida es tan sólo un poco nuestra, y el resto ni se sabe de quién.