Hace mil años que perdí el tranvía, lo confieso. Mi problema es el de justificarme siempre y por eso os digo que no sé que tranvía perdí, ni tan siquiera puedo aseguraros que estuviera esperándolo o si de verdad sabía que lo estaba esperado. Yo estaba vivo, seguro, y vivía. Vivía con esa inconsciencia del que cree tenerlo todo. Con la prepotencia del que tiene las respuestas a las cuatrocientas mil preguntas que se van a formular siempre en noches de farra, cuando todo sobra y sale a la superficie lo más inútil del ser humano, su arrogancia inconsciente. Es entonces cuando resolvemos mejor los problemas de la humanidad, que es ese cúmulo de seres anónimos que asumimos porque sí, por nuestra generosidad sin limites, pero que jamás permitimos que nos rocen, porque nosotros no somos ellos, por supuesto, ¡hasta ahí podíamos llegar!, y ellos, - gracias a Dios- no son nosotros.
Dicen que los niños y los borrachos dicen la verdad. Yo no lo tengo tan claro.
La verdad sólo la dicen los que están dispuestos a decirla después de analizarse, buscarse y encontrarse, que no es nada fácil, y tras perdonarse por ser lo que son, si llegara a ser necesario, que muchas, muchísimas veces lo es, asumen su razón de ser.
Yo creo que siempre creo que digo la verdad, y como veréis es simplemente un acto más de fe. Mi problema autentico es no saber cual es mi verdad, y si esa verdad, si llegara a encontrarla algún día y estuviera plenamente convencido de ella, si sirve para algo decirla.
Yo soy lo que soy y lo acepto a regañadientes porque de otra forma seria un soberbio impenitente, y eso no lo acepto, aunque pudiera serlo de verdad y no querer pensarlo y admitirlo. En realidad nadie es lo que es, sino lo que acepta ser, ni siquiera los que los demás creen que es.
Pero, ¿qué más da? Empecé hablando del tranvía perdido, y me quedo atascado entre estas vías muertas y sin destino de mi propia realidad donde los círculos son de humo, concéntricos sí, redondos también, perfectos por supuesto, pero que por ser humo, sólo eso, tiemblan y se desvanecen con el primer soplido más o menos próximo.
La realidad es que sólo sabemos declinar perfectamente el verbo ser en primera persona porque “sólo somos” cuando vamos al fútbol en manada, o cuando alguien nos manipula con falsas quimeras y lo aceptamos acomodándonos a las circunstancias sin violencia de ninguna clase, pero casi nunca “somos” porque necesitamos ser en conjunto, compartiendo, complementando, y arrimando el hombro por una causa justa. Ese plural inteligente con sabor a amistad y camaradería.
Y ya perdido el norte ¿por que no dejarme llevar por mi parloteo sin sentido?: ¿es preferible ser o estar?... No, eso si que no, hasta ahí podíamos llegar ¡Para nada! Esto ya no es una realidad necesaria, es tan sólo una pregunta que empieza a ser sólo retórica y después ni se sabe a donde puede llegar. A nadie parece interesarles las preguntas sean de la naturaleza que sean; buscamos las respuestas para pinchárnoslas en vena como remedios infalibles, como soluciones inmediatas, siempre como medios de huir hacia adelante. Las dudas solo producen arrugas, y en el mejor de los casos en el alma, que es donde socialmente menos se ven. El dolor es propio e intransferible y casi nunca cuenta, por tanto, ¿qué más da?
Como vuelvo a estar perdido en mi palabrería sin sentido sólo se me ocurre aconsejarte, sufrido lector: ¡respira, pero intenta que tu respiración sea limpia mientras salga por tus vías respiratorias; lo demás, sea útil, inútil o se contamine, no dependerá de ti y ya no importará! El aire que exhales ya no volverá nunca a ser tuyo, ni falta que te hace. ¡Seguro!
¿Consejos? ¿Me he permitido la libertad de dar un consejo? Inaudito. Eso ya debe ser el colmo de la desfachatez, y me lo he permitido. Mis disculpas. Lo siento de verdad y me flagelaré por ello mil veces mil.
Dicen que los niños y los borrachos dicen la verdad. Yo no lo tengo tan claro.
La verdad sólo la dicen los que están dispuestos a decirla después de analizarse, buscarse y encontrarse, que no es nada fácil, y tras perdonarse por ser lo que son, si llegara a ser necesario, que muchas, muchísimas veces lo es, asumen su razón de ser.
Yo creo que siempre creo que digo la verdad, y como veréis es simplemente un acto más de fe. Mi problema autentico es no saber cual es mi verdad, y si esa verdad, si llegara a encontrarla algún día y estuviera plenamente convencido de ella, si sirve para algo decirla.
Yo soy lo que soy y lo acepto a regañadientes porque de otra forma seria un soberbio impenitente, y eso no lo acepto, aunque pudiera serlo de verdad y no querer pensarlo y admitirlo. En realidad nadie es lo que es, sino lo que acepta ser, ni siquiera los que los demás creen que es.
Pero, ¿qué más da? Empecé hablando del tranvía perdido, y me quedo atascado entre estas vías muertas y sin destino de mi propia realidad donde los círculos son de humo, concéntricos sí, redondos también, perfectos por supuesto, pero que por ser humo, sólo eso, tiemblan y se desvanecen con el primer soplido más o menos próximo.
La realidad es que sólo sabemos declinar perfectamente el verbo ser en primera persona porque “sólo somos” cuando vamos al fútbol en manada, o cuando alguien nos manipula con falsas quimeras y lo aceptamos acomodándonos a las circunstancias sin violencia de ninguna clase, pero casi nunca “somos” porque necesitamos ser en conjunto, compartiendo, complementando, y arrimando el hombro por una causa justa. Ese plural inteligente con sabor a amistad y camaradería.
Y ya perdido el norte ¿por que no dejarme llevar por mi parloteo sin sentido?: ¿es preferible ser o estar?... No, eso si que no, hasta ahí podíamos llegar ¡Para nada! Esto ya no es una realidad necesaria, es tan sólo una pregunta que empieza a ser sólo retórica y después ni se sabe a donde puede llegar. A nadie parece interesarles las preguntas sean de la naturaleza que sean; buscamos las respuestas para pinchárnoslas en vena como remedios infalibles, como soluciones inmediatas, siempre como medios de huir hacia adelante. Las dudas solo producen arrugas, y en el mejor de los casos en el alma, que es donde socialmente menos se ven. El dolor es propio e intransferible y casi nunca cuenta, por tanto, ¿qué más da?
Como vuelvo a estar perdido en mi palabrería sin sentido sólo se me ocurre aconsejarte, sufrido lector: ¡respira, pero intenta que tu respiración sea limpia mientras salga por tus vías respiratorias; lo demás, sea útil, inútil o se contamine, no dependerá de ti y ya no importará! El aire que exhales ya no volverá nunca a ser tuyo, ni falta que te hace. ¡Seguro!
¿Consejos? ¿Me he permitido la libertad de dar un consejo? Inaudito. Eso ya debe ser el colmo de la desfachatez, y me lo he permitido. Mis disculpas. Lo siento de verdad y me flagelaré por ello mil veces mil.