domingo, marzo 23, 2008

Ya que estamos en semana santa quiero confesaros que me encanta ser trascendente. Bueno, realmente no es cierto del todo. Lo cierto de verdad es que me encantaría ser transcendente, que seguro que no lo soy, y posiblemente, si lo consiguiera, me encantaría serlo para algo tan intranscendente como pretender ser de verdad.
Me repito constantemente, lo sé. Me repito y soy contradictorio. Digo y me desdigo hasta la saciedad. Busco y rebusco en el trastero de mi alma, donde dejo abandonadas aquellas vivencias que aparentemente no han dando resultado alguno pero que confío que alguna vez pudieran darlo, y por eso las dejo en la papelera de reciclaje, que no es otra cosa más que ese espacio indefinido a caballo entre el ser y el no ser, imagino que una especie del limbo donde quizás puedan encontrar un poco de esperanza los desesperanzados. Si no fuera así, las hubiera borrado sin remisión y terminado con ellas sin dejarlas aparcadas a la espera de acontecimientos. Pero yo soy yo, y siempre tengo la esperanza de que mañana no sea hoy y sea distinto. Es la esperanza en lucha constante conmigo mismo, todo desesperanza.
Que pesadísimo que llego a ser. El colmo, lo sé.
La vida debe ser otra cosa, ¡seguro!
La vida, que no tengo la más remota idea de lo que de verdad es, debe ser, imagino, levantarse por la mañana todos los días con la sensación de que algo nuevo pueda pasar. La vida debe ser mirar por la ventana para intentar vislumbrar espacios distintos a los que habitualmente nos rodean. La vida pudiera ser también, según he creído descifrar en ese silencio denso y pesado con el que se manifiestan muchas de las personas que me rodean y siempre tienen razón y las ideas claras, anclarse en el ayer para volver a revivirlo con pelos y señales pero corrigiendo y aumentando todo lo corregible o que quedó aparentemente inexistente o desapuntalado y para permitirse el consuelo de dejar sólo lo bueno, de borrar o minimizar lo malo, y, si no fuera posible, de pretender redimirse de lo equivocado; y si no de justificarlo, sí, al menos, de asumir el ¿animo… o propósito? o, ya no recuerdo, el no se qué de la enmienda, que decía mi catecismo juvenil.
Ante esta última reflexión que creo deducir, y ojala me equivoque, de esos silencios densos mencionados, pero casi siempre suficientemente elocuentes, me quedo desarmado y con la impresión de que si fuera cierto y la vida fuera eso, nunca seguiría el consejo de seguir viviéndola en un permanente reply.
Nunca me ha gustado desandar el camino, ni siquiera cuando llego a ser consciente de mi error. En tales casos suelo conectar mi Tom-tom y busco alternativas, otras vías secundarias, quizá mas tortuosas, pero siempre diferentes, y algunas llegan a resultar extraordinarias e inesperadas. Así he podido conocer lo que de seguir la línea recta seguro que no me lo hubiera permitido.
Lo reconozco, algunas veces he pasado miedo, he sentido la tentación de claudicar, y, a pesar de mi miedo y desatino, sin hacer nada del otro mundo he hecho… mucho. Bueno, no tanto; en realidad sólo son ganas de presumir y animarme a mi mismo mintiéndome un poquito más. La realidad es que por meritos propios o ajenos he hecho poco, demasiado poco, de lo que – creo ( un acto de fe más en mi vida repleta de dudas)- hubiera querido hacer. Unas veces la culpa fue de mi falta de valentía personal, pero las más de mi escasa imaginación, y ésta si creo que debe ser el motor mismo de la vida y que Salamanca no presta. Pero una vez reconocido mi pecado para estar en plena armonía con la semanita de marras, - me pregunto: ¿valía la pena…? Eso ya es otra historia y casi nunca importa demasiado, y me callo, disimulo, y hago mutis por el foro…. .
Lo que si es cierto, ya que lo demás imagino que de verdad tenía muy poco y mucho de mala literatura, es que sin haber hecho casi nada siempre he podido saber por qué me han abofeteado las veces que lo han hecho, y que nunca ha ocurrido por el lamentable azar de haber pasado por allí y en aquel preciso y desafortunado instante, y que por ello estoy más que seguro de que soy un privilegiado de la vida, muy por encima del común de los mortales.
Si, debo reconocerlo, las veces que lo han hecho me lo tenía merecido, suponiendo que alguien se tenga merecido ser abofeteado, insultado o escupido por pensar y actuar de forma distinta a la oficial fuera ésta la que fuera en cada momento. En realidad no es nada extraordinario, lo sé, simplemente es la historia de la humanidad de todos los tiempos; unas veces cambia parte de la trama del guión y la dirección de la marcha de algunos de los actores, pero las palabras fundamentales y los gestos de la autoridad, esté o no legitimada, ésas siempre son las mismas: todo consiste en perpetuarse por los siglos de los siglos borrando cualquier signo de inteligencia que pudiera ponerla en peligro, incluso aunque este peligro sólo nazca de su propio criterio. (Que terrible síndrome de Estocolmo debo sufrir. Iba a escribir “imaginación”, ¡que insensatez! ¿Para qué se necesita la imaginación y hasta el sentido común cuando se tiene el poder?).
Cuando se tiene el poder, lo tenga quien lo tenga, siempre hay un dedo acusador dispuesto a todo, y lamentablemente, como es estrictamente necesario, también siempre hay un alma en pena capaz de soportar lo insoportable, incluso muriendo en el intento, que debe ser el colmo del aguante disfrazado de lúcida estupidez.
Pero estaba hablando de la vida, y la vida debe ser mucho más y demasiado genérica para personalizarla. Tiene casi siempre tanto de lo mío como de los demás, y casi siempre me resulta difícil identificarla y descifrarla, y termino por pasar por encima de ella de puntillas para no molestarla, no sea que me mire a los ojos, y como el tiempo, se carcajee de mí. La vida es como ese último amor que devolviéndonos la esperanza no sabemos ni siquiera adivinarlo aunque lo intuyamos o, al menos, nos lo inventemos para seguir respirando. ¡Qué se yo!
Sí, ya lo dije antes. Soy pesado hasta la saciedad, y me repito y me repito, pero debe ser mi forma de pretender encontrarme, porque la verdad es que me busco y no me da la gana de permanecer en la incertidumbre de haberme perdido, pensamiento que aún me deja un cierto margen. Peor seria reconocer que mi perdida lo es sin remisión.
Yo si creo en la remisión y por eso sigo dando vueltas sobre mi mismo, y sobre mi entorno, ese entorno que acepto aun siendo hostil y ajeno. Acepto casi cualquier cosa, y ello debiera ser lógica consecuencia a mi espíritu democrático y liberal, no de mi carácter de bote pronto, tan humano como inapropiado. Mi espirito, que aún no ha sabido doblegar a mi carácter y menos aún ha permitido ser doblegado por éste, es, como digo, liberal y democrático; respeta las reglas del juego, cree a pies juntillas en la sacrosanta libertad de expresión, en el respeto a la sociabilidad, al conjunto, a la diversidad, no al rebaño, que es otra cosa, no demasiado distinta a lo que digo, pero seguro que otra cosa. Pero de ello estoy seguro que hablaré otro día precisamente porque soy consciente de que soy un bocazas impenitente y, en este caso, lo sé, sin remisión. En fin, que perdido o no, soy el no va más. Producto “made in…” ¡genuino! ¿Quién sería capaz de comprarme sin derecho a cambio? Yo, no; seguro.