sábado, octubre 27, 2007

Me siento ante este frontón blanco, reluciente y frío de mi pantalla de ordenador con pretensión de saber como encontrar la primera letra, formar la primera palabra, y articular la primera frase que pueda tener además de sentido, que ya es difícil, cierto significado para iniciar la configuración de un pensamiento racional y lógico. Me siento, pero rápidamente me levanto al ser consciente de lo osado de mi pretensión. Pretendo demasiado y me faltan luces; seguramente me sobrará desfachatez, -seguro- pero en el fondo de todo, soterrado y casi olvidado, como uno mas de los soldados desconocidos a los que se honra precisamente su desconocimiento, -si fueran conocidos es seguro que se les desconocería o se miraría para otra parte, ¡así de injusta es la humanidad consciente y pensante!,- repito, a los que se honra de cualquier forma, porque no se van a enterar de ello, en mil monumentos con llamas eternas de color azul-butano a lo largo del mundo, queda mi conciencia, que es eso que me dice machaconamente: ¡no! ¡que no! ¡que ni se te ocurra! Pero, ¿cómo y para qué hacerle caso sin sacrificar mi propio ego, que es el no va más de mi mismo?
Que fácil era antes. Antes siempre ha sido fácil casi todo. Lo difícil de esa facilidad es que antes nosotros no éramos nosotros; bueno si, pero no; éramos nosotros pero como si no lo fuéramos, difícil de explicar y aún más de entender. Pero a pesar de todo está medianamente claro; todo se reduce a reconocer la verdad de aquella frase sacramental: ¡"Cualquier tiempo pasado fue mejor"!... Yo, debilitado por el tiempo, por la desilusión, por la esperanza y aún mucho más por la desesperanza, la acepto y reconozco. Es verdad, no voy a discutirlo, es una verdad absoluta y atemporal, que seguro, y por ello mismo, es innecesario aclarar y sería hasta contradictorio pretenderlo; si es absoluta es para siempre y desde siempre y por tanto atemporal, pero como yo soy la duda absoluta, pues eso, lo confirmo para evitar dudas a los demás, que no para mi, que soy incapaz de despejármelas y las asumo todas sin encontrar jamás respuestas, ni tan siquiera las lógicas que debieran deshacerse como azucarillos en el café. El problema es que eso, la solución lógica y el reconocimiento de esa realidad, es cierto un monto de años después, cuando nosotros hemos dejado de ser nosotros, y lo de cualquier tiempo pasado, ha dejado de ser pasado para convertirse en historia. En fin, que maravilla es ser ser humano. El que no se contenta es porque no quiere. Pero dejemos de dar vueltas a un circulo vicioso, y busquemos la razón de la sin razón de no saber que es lo que pretendía decir.
Antes, casi mucho antes de todos los tiempos, había una hoja de papel cuadriculada. Si, yo sólo supe escribir en hojas cuadriculadas donde la “a” ocupaba su espacio, y el punto de la “i” estaba en el cuadro superior de la propia letra. Antes todo estaba perfectamente ordenado, no cabía posibilidad de sorpresa alguna, ordenado, estructurado entre líneas paralelas que nunca se cortaran en un punto común rompiéndonos las barreras del orden preestablecido.
Quería hablar de la imaginación, de la propia y de las demás y me he quedado prisionero entre las líneas paralelas de un cuaderno cuadriculado, donde el solo hecho de salirse de las misma generaba sanciones superiores a la perdida de puntos del carné de conducir, que es el no va mas de la sanción actual.
Que casando estoy de sentirme siempre culpable de todo. Bueno, esto no lo he escrito yo, simplemente se me ha escapado y lo dejo porque lo dejo. ¿Para qué quitarlo si no ofendo a nadie? Quería hablar de imaginación, que debe ser la pista de despegue en dirección a “nunca jamás”, y abortado el despegue termino en el código de circulación. ¡Que pena! Hoy, corto y ya cierro, después de haber parloteado de lo que he parloteo, o sea, de nada. Mañana tal vez se me ocurra algo y hable de mi imaginación ilimitada que debe ser algo así como la confirmación de la frustración total de mi realidad. Si no, ¿para qué tenerla y de qué puede servir?
¿Se puede decir tan poco en tanto? Ni yo mismo, capaz de aceptarlo casi todo, puedo creérmelo. En fin, ¿qué le vamos a hacer?

martes, octubre 16, 2007

Se me ha roto un palier. No sé cómo ha sido porque habitualmente, aunque no de forma obsesionada, siempre me he cuidado de estas cosas. Un palier roto, y todo al cuerno. Se apagó de repente la luz. Se paró el reloj, y el mundo, mi pequeño mundo, tan querido como criticado, tan familiar y habitual como denigrado, se ha ido alejando de mi poco a poco pero irremisiblemente, y me he quedado solo, y me he quedado renqueante e indefenso. Desconcertado. A la distancia justa de todo para sentirme al margen y ser mero observador, o ni siquiera eso y tendría que decir simple mirón. Me he quedado perdido en el espacio y en el tiempo. Sigo respirando; como normalmente; y cumplo con otras exigencias fisiológicas mal que bien; ¿pero…? Sí, ya nada es lo mismo desde mi propia perspectiva de las cosas que han perdido el pulso para convertirse en un sin fin de imágenes conocidas pero carentes de emociones. ¡Que sensación más lamentable!
Dicen, o creo que alguna vez he oído que dicen, “que la felicidad es la ausencia de dolor”, y debe ser verdad. Tan simple como eso. Se me ha roto un palier, que no tengo ni idea de lo que es y tampoco la deben tener quienes me asisten, y son muchos, y todo se ha ido al garete por el momento, dejándome en estado de autismo, al otro lado del telón.
Bueno, para intentar ser cuanto menos comprensible, debo decir que hablo de un palier porque suena medianamente bien, y que menos que mantener la estética cuando todo parece irremediablemente perdido, pero lo que se me ha roto de verdad no tiene nada que ver con mi coche, que me importa un bledo. Mi coche es la distancia más cómoda entre dos puntos y siempre que encuentre un espacio suficiente para quitarle el tapón y deshincharlo cuando llego a mi destino. Si mi coche tiene un palier, que lo dudo teniendo en cuenta lo que me costó y el año de su generación, pues me alegro por él y que Dios se lo guarde por muchos años.
Pero lo dicho, hay que guardar las formas. Así me lo ensañaron, y así lo hago. Cuando hay que expresar un sentimiento y éste sólo lo es de debilidad, o de angustia, o de miedo, y todos ellos son sentimientos que aderezan y sazonan perfectamente el guiso de la enfermedad o de la no plena normalidad del individuo, hay que ser extremadamente correctos y guardar las formas. Esos sentimientos humanos donde los haya hay que esconderlos en el fondo del armario para que no se nos vea el plumero; pues eso. Se guardan las formas y ya está. ¿Para que trasladar a los demás nuestras propias angustias cuando hay tantas y tan variadas?
Da un poco de rabia que hasta los que han estado siempre escondidos en los armarios hayan podido salir de ellos, y si a uno se le rompe un palier, tenga que meterse en uno de ellos, con lo aburrido que debe ser permanecer sólo en su interior, después de haberlo abandonado todos los demás. Bueno, retiro lo dicho. Comprendo que la angustia propia pueda parecer darnos derecho a decir cualquier cosa, pero no es así. De verdad que me alegro de no encontrarme a nadie dentro del armario, aunque yo tenga que permanecer sólo allí para disimular frente a los demás mi animo o, mejor, desanimo, mi sensación de frustración y desesperanza .
Repito, mi palier, que no es tal, está hecho trizas, y para colmo el disco duro de mi ordenador se ha solidarizado con él y se ha hecho trizas también. En fin todo a la mierda, y a volver a empezar. Es lo malo de los ordenadores y de los propios palieres, que como son propios aceptamos como verdad absoluta que van a ser eternos, que nada les puede pasar, que nunca hay un accidente en el que podamos encontrarnos inmersos. Esa es la realidad. A los demás si, a nosotros, ¡jamás! Y así nos luce el pelo. Con el palier roto, y el ordenador que era como mi “gran cajón de sastre” que nunca he sabido que es, pero imagino que debe ser donde cabe casi todo aunque no se encuentre nunca nada, también, ¿con qué ánimo creen que puedo encontrarme salvo el ya indicado?
Mi ordenador se ha dormido en su sueño eterno, capaz de reencarnarse, pero como su nombre indica, “r e e n c a r n a r s e”, es decir, ser otro y nunca el mismo, y me pregunto: ¿para qué narices sirve eso? No sirve para el reencarnado, que no se entera, y mucho menos para sus deudos, o sea para mí, que debo ser el deudo de mi ordenador antes de reimplantarle un nuevo disco duro vacío de emociones y de vida.
Me duele el cuerpo y el alma incapaz de encontrar una razón mejor, no para vivir, que eso lo hacemos casi todos tan sólo por hábito, sino para seguir al mismo ritmo que ayer. Pero imposible. Sigo haciendo lo mismo que todos los días pero ahora por vergüenza torera, porque hasta ahí podíamos llegar. No sé si por soberbia o por responsabilidad. No sé si porque no se hacer otra cosa. No tengo ni idea del por qué, pero lo hago.
Estoy hecho polvo, pero sigo. No es lo mismo, por supuesto. Nada es igual. Ya lo he dicho antes, si la felicidad es la ausencia del dolor, yo no puedo ser en este momento nada feliz, que va, todo lo contrario. Me encuentro en el dique seco que me aísla de los demás, porque sus miradas son de solidaridad en la distancia justa, como diciendo sin decir: “en fin, con tu pan te lo comas, pero lejos de mi, Satanás, que todo se pega” y además con parte de mi historia en el limbo de los justos, donde descansa en paz el disco duro de mi ordenador y una parte pequeña de mi propia vida ya irrecuperable.
Ahora que lo pienso bien, creo que también dicen “que no hay mal que cien años dure”, y en ello confío. Es lo menos que puedo hacer, ¿no?