miércoles, noviembre 12, 2008

Y... ¡III!
¡Y de repente hay algo que lo estropea todo!
Bueno, no sé si es una simple frase hecha para impresionar, si es una sensación interior un punto artificial y cogida por los pelos, o si es la realidad de un acontecimiento cierto. A mi, como soy como soy, no me gustaría generalizar para no molestar a nadie, y mucho menos aún para no molestarme a mi mismo, que no me molesto, pero si al menos podría quedar decepcionado al perder con ello la presunción más que ingenua de creerme único. La verdad es que no tengo muy claro qué es lo que es más allá de saber que en ocasiones me pasa. Y no lo tengo precisamente por ello, porque a lo largo de mi vida me ha ocurrido mil veces percibir esa sensación de que hay algo por encima de mi mismo y que no he podido preveer, y menos aún, por tanto, reglamentar y condicionar a mi propia decisión y dominio. De repente surge esa sensación extraña de que tal vez está pasado o va a pasar algo, y me preocupa, me deja fuera de lugar, y se tambalea sin demasiado sentido mi endeble estructura de hierro. De repente, lo inesperado e incluso lo inconcreto que te genera emocionalmente una cierta desazón.
Habitualmente, por no decir siempre, suelo estar atento y preparado para cualquier acontecimiento por terrible que sea. Poco menos que he programado mis reacciones exteriores para no ser nunca demasiado relevante y, sobre todo, para no dejar al descubierto mis propias defensas en mis flancos más débiles. He imaginado muchas de las situaciones que pudieran acontecerme, y he buscado no las soluciones, ya que tales situaciones casi siempre no requieren de soluciones sino tan sólo de actitudes y comportamientos firmes que las asuman y encaucen sin más; y además he calibrado, programado y reprogramado, y casi estoy dispuesto a reconocer que hasta escenificado la liturgia y coreografía adecuada para pretender evitarles o privarles, que de todo hay en la viña del señor, a los demás de escenas innecesarias y lamentablemente gratuitas donde el ser humano queda en evidencia y fotografiado en su infinita endebléz. Yo, al menos, ¡no!
¿Que qué quiero decir? Quiero decir que la vida siempre ha ido en paralelo a mi propia trayectoria, y la he visto pasar a través de la ventanilla del vagón de mi tren en marcha y sabiendo que ella iba en el otro, con el que siempre me he cruzado y discurre por la vía contigua. Siempre en paralelo y en direcciones opuestas. Y lo terrible es que creo que no me ha importado demasiado. ¿Será que soy un enfermo de soberbia más allá de lo que estoy dispuesto a reconocerme a mi mismo? ¿Será que me siento capaz de prescindir de la vida y creo estar por encima de ella, incluso? Pues lo será, pero para serlo y estar no deja de ser triste saberlo y, aún más, estar dispuesto a reconocerlo sin que este reconocimiento no implique dejar de manifiesto aún más mi triste estupidez, esa que además de permitirme diferenciarme me hace plenamente consciente de que soy simplemente humo, una apariencia sin consistencia alguna. Sí, reconocer mi soberbia y reconocer además mi estupidez de prescindir de la vida, que aunque pudiera ser vulgar y parecer poca cosa siempre es más que yo mismo, no me tranquiliza nada y menos aún me justifica. Efectivamente, siempre he sabido que soy simple fachada con pretensión de más, pero nunca he llegado a saber cómo librarme de lo uno y pretender conseguir lo otro. Y si no fuera así, ¿por qué me siento permanentemente tan perdido?
A pesar de mi aparente indiferencia nacida de mi soberbia y que compone mi figura habitual, es triste tener que reconocer que cada vez me da más pena no ir en el otro tren, ése con el que se cruza permanente el mío. Pero no me siento capaz de conseguirlo y no sé el porqué.
Soy lo que soy, y esto lo he escrito hasta la saciedad y por ello precisamente es por lo que me hace ponerlo en duda. ¿No dicen aquello de que dime de qué presumes…? Pues soy, según parece, de los que empiezan a pensar que algunos refranes además deben estar en lo cierto. Soy lo que soy, pero el que lo sea sólo refleja un hecho, no una intención, o una pretensión, ni siquiera un lamento por lo que se es y no se quisiera ser. Y yo empiezo a lamentarme de ser lo que soy, porque seguro que tampoco voy a alguna parte, como el común de los mortales, suponiendo que todo consistiera en ir a alguna.
Lo realmente importante es vivir, vivir con intensidad, con profundidad, con la satisfacción y con la angustia que debe conllevar, que la intuyo pero no la conozco porque soy por encima de todo fachada y apariencia, una imagen más o menos agradable. Lo importante es vivir día a día y cada día, asumiendo la imprevisibilidad que conlleva. Satisfacciones. Angustias. Pequeñeces. Frustraciones. Saber que cada día es nuevo, siendo consciente del riesgo presumible en su falta de rigor y uniformidad. Incluso perder pie sin que tal inestabilidad le excuse a uno de cumplir sus propias obligaciones, ni sea disculpa de nada, sólo de que se es humano. ¿Qué sé yo?
Me he pasado toda la vida siendo consciente de lo que me acontecía y media vida angustiado por una serie de preocupaciones sin nombre ni apellidos, sin contornos precisos, poco menos que fantasmas que surgían de improviso para, imagino y si debieran tener alguna misión, desestabilizarme. En parte imaginadas, en parte intuidas, en parte falsas e inventadas, en parte nacidas de ¿quién sabe dónde? Pero ahí estaban, y porque estaban me obligaron siempre a pararme para interrogarme sobre la razón de esa sinrazón, de esa angustia, de esa inestabilidad que, no pareciendo nada y mucho menos motivada por algo, generaba en mí una angustia indefinida que me rompía por todas partes. Seguramente son los fantasmas interiores, -si quiero ponerme trascendente,- o simple y vulgarmente desequilibrios de la química. Pero como soy racional y soberbio nunca lo he admitido del todo quedándome con la primera de las opciones, como no podía ser de otra forma. El caso es que en mi vida hay acontecimientos y otras circunstancias que me influyen y que suelen carecer de entidad aunque yo, inconscientemente, se la dé por un breve lapsus de tiempo, el suficiente al menos para que me obligue a pararme por un tiempo, como digo, y preguntarme tontamente: ¿pero qué es lo que te preocupa? Y ya la simple pregunta es razón suficiente para desvanecer la ensoñación que me atormenta retornándola a su mundo irreal, y a mi me restituye al de los cuerdos sin mayor complicaciones.
¿Será que nos inventamos situaciones para concedernos un alto en el camino? ¿Una especie de falsas angustias? Sería el colmo si tuviéramos que inventarnos problemas más allá de los que solemos tener, pero así parece que somos.
Podría ser, seguro, pero esta vez y en mi caso, lo sé, no lo es. No se trata de algo imaginado. Ni siquiera de un estimulo exterior creado por la naturaleza sabia como resorte para hacerme actuar por encima de la propia reflexión. Hoy parece que esa sensación de inestabilidad nace del sentimiento, de mi yo más profundo y más consciente. Hoy, dispuesto a buscar razones para los demás, que es lo más fácil del mundo porque no obliga a casi nada, me encuentro con algo que lo estropea todo, que hace añicos mis planteamientos personales, mis aceptaciones, y hasta mis claudicaciones, teniendo en cuenta que tales claudicaciones lo son por razones de fuerza mayor y de más peso que las propias, aunque no llegue a conocerlas y por tanto mucho menos aún a poderlas entender, lo que es más lamentable.
Me paro. Respiro despacio. Me pregunto: ¿qué estoy haciendo?
Pero nada desaparece y la angustia de no saber dónde estoy permanece.
¡Será que hoy sí ha pasado algo!
……

Respondo: “Estoy asumiendo mis responsabilidades” “Estoy cumpliendo a rajatabla mis compromisos” “Estoy siendo consecuente conmigo mismo” “Estoy evitando males mayores”
Me digo: Hay quienes sufrirán las consecuencias de tu egoísmo si decides cambiar tu criterio.
Me digo: La culpa no es de ellos… De acuerdo, tampoco es tuya. Pero tú eres más fuerte. Y si no lo eres, que no lo sabes, lo aparentas, o los demás te lo han hecho creer y eso es suficiente.
Y me digo: La situación es mala, muy mala, pero ¿y mañana? ¿A qué te vas a tener que enfrentar mañana a tu edad, con toda una vida desconocida por explorar cuando creías haberle extraído todo su jugo aunque te hubiera resultado tan insatisfactorio?
Y me digo: ¿No será miedo?
Y me digo: Y sí lo es, que pudiera serlo, ¿vale la pena asumir el esfuerzo? ¿Puede compensar asumir el esfuerzo de buscar nuevos lugares amigos, y luchar contra otros enemigos desconocidos, cuando ya uno sabe como hacerlo contra los propios y habituales aunque te dejes media vida en la contienda quedándote habitualmente exhausto y sin resuello?
Y me pregunto: ¿Y no será la edad y sólo eso? ¿No será que la edad parece justificarlo todo? ¿No será que es la única razón de ser de nuestro ser? ¿No será que nos da alas o que nos lastra sin remisión dependiendo del momento de nuestra propia historia en el que nos encontremos? ¿No será que con toda nuestra estúpida pretensión de ser el no va más, somos simplemente dependientes de casi todo, propio y ajeno?

-- La edad. Me encantará hablar algún día de la edad, pero hoy no puedo, hoy sólo hablo de la culpa, de…. --

Y me pregunto: ¿Y qué tal la soledad que pudiera llevar aparejada el adoptar una solución drástica al respecto, quizá la única posible? ¿No será que es más fácil seguir asumiendo la soledad compartida, la compañía a distancia, los ruidos habituales, las fronteras imaginarias tras las que quedar protegido al menos breves momentos y sin que haya espacio para los fantasmas que surgirán del silencio total, ése en el que ni siquiera se escucha de lejos la respiración hostil o indiferente de quienes suelen acompañarnos?
Y me pregunto: ¿Y si yo soy el cuerdo, cómo supeditarlo todo y si remisión a un espíritu atormentado y enfermo tan sólo por respetos humanos y mil consideraciones sin justificación alguna? ¿Es qué puede ser que la falta de cordura sea la que deba de primar sobre la razón precisamente por carecer de ella?
Y me sigo preguntando, y me sigo convenciendo, sabiendo que soy un maestro consumado en el difícil arte de la esgrima dialéctica conmigo mismo, donde sólo pugnan las palabras y habitualmente dentro de un orden exquisito y sin hacer nunca sangre.
Pero la vida siempre va en el tren que se cruza con el nuestro. Sobre todo con el tren en el que nos hemos acomodado los que tenemos las ideas claras, somos siempre exquisitos, incapaces de hacer conscientemente sangre, y, además, hemos renunciado a vivir. Y así nos luce el pelo.


Y de repente hay algo que lo estropea todo, y uno no tiene más remedio que preguntarse de verdad el porqué de las cosas, la razón de ser de su propia existencia injustamente limitada y sujeta, además, a libertad condicionada por pura arbitrariedad o tal vez sin ella, tan sólo motivada por la sin razón no pretendida. Y uno se pregunta: y si después no hay nada, y esa nada y ese después pueden ser tan cierto en su inexistencia la primera como cierto en su realidad el segundo, ¿qué cojones estoy haciendo?
Está claro que esta duda existencial no debe ni puede legitimar cualquier comportamiento humano, o a lo peor si, pero en ningún caso en mi caso. Pero también está claro que debiera romperme, como parece que lo está haciendo, todos mis planteamientos existenciales o de la índole que sea. ¿Cómo voy a renunciar a mí mismo impunemente? ¿Con qué derecho frente a mi mismo puedo negarme? ¿Cuál es la razón que legitime ese convertirme en un muerto viviente para pretender con ello dar vida y existencia a la realidad de los demás?

Renunciar a mi mismo, ¿para qué? ¿Puedo ser tan soberbio que incluso me considere mejor que los demás? ¿Soy tan exclusivo y determinante que me voy a sacrificar en aras a los demás y sin al menos una minima razón de peso que llevarme a la entendedora cuando soy por encima de todo racional y pensante? … ¡Heroico! ¡Altruista! ¡Generoso! … ¿Inconsciente?
Y un día te dicen que esto se acaba y que no hay más. Y que aunque lo hubiera nunca sería lo mismo. Y tú, que eres tú, te quedarás entupidamente sorprendido porque ya lo sabias de sobra, y a pesar de saberlo te quedarás fuera de juego, y sólo por soberbia enfermiza mantendrás la sonrisa para no darles gusto a los demás, pero seguro que te rondaran por la cabeza otras mil preguntas ya inútiles, y una enorme desazón, la del tiempo perdido contra tu propia voluntad. Y entonces ya no importaran las respuestas. Y te iras solo. Tan solo como has vivido en compañía. Seguro que tan solo como habitualmente te has sentido en esos muchos instantes en los que dejaste de amar tu propia soledad, la buscada, no la impuesta.
Y entonces, ¿qué consuelo te quedará si es que para ese momento se requiere de algún consuelo? Habrás sido consecuente, si; pero ¿consecuente con quién? Contigo seguro que no, y además ni tan siquiera con los demás, que no son lo que parecen y aún peor si lo fueran. Seguirás viendo pasar la vida por la vía de al lado cuando tu tren esté por fin a punto de entrar en vía muerta, y para entonces no te quedará ni la posibilidad de echarle la culpa a los demás. Y si lo hicieras tampoco te iba a servir de nada.
Querido amigo: Tú mismo. Para estar peor que ahora siempre habrá tiempo, seguro.


PD: pienso escribir la palabra “texto” mil veces, pero puedo asegurar que no tengo ni idea cómo la “x” se convirtió en “s”. Le pido disculpas a mi admirado Calimatías.