viernes, abril 18, 2008

Leo la narración de mi admirado Aníbal en su empeño de estimular a intentar pensar a las personas que tutela y me quedo pasmado y fuera de juego, incluso, lo reconozco, me escandalizo un poco. Uno puede ser responsable de los demás hasta un cierto limite, y ese limite, lógicamente, está determinado por la relación de cualquier naturaleza: laboral, social o afectiva, que pudieran tener el obligado a cumplir el fin pretendido y los destinatarios de sus desvelos, salvo que uno sea todo corazón, le importe un pito lo que consideren los demás adecuado y prudente, y se de a los otros por propia decisión y sin remilgos hasta donde pueda llegar.
Aníbal es un caso raro. Aníbal asume su papel de educador desde la perspectiva de que lo que transmite no son conocimientos concretos, ni las respuestas adecuadas a un sin fin de preguntas inútiles que sólo sirven a un fin puramente utilitarista, y , unos y otras, están abocados fatalmente a ser olvidados como medida profiláctica inmediata. Aníbal es más abstracto, más etéreo, exige una reflexión, un buscar tiempo para darle al tiempo, y algo de silencio lejos de los artilugios al uso que sirven por encima de todo para embobecer un poco más. Aníbal es un soñador, un espejismo, un espíritu libre tan sólo encarcelado por sus propias ideas que son estrictas para si mismo, pero generosas y amplias para los demás. Aníbal siempre se ahogará en su propio vaso de agua a pesar de intentar preparar a los demás para nadar en mares abiertos y bravíos. Pero es lo que es, la paradoja de la vida. En fin, el absurdo de lo que debiera ser y casi nunca es en la realidad.
Aníbal es un peligro, y así lo reconozco y declaro sin ambages.
¿Pensar?... ¿Reflexionar? ……………….. ¿Y para qué?
El para qué ha sido la pregunta sempiterna, universal, la que se da en todos los tiempos y en cualquier situación, a la que cualquiera, con capacidad y ganas de reflexionar, se hubiera podido enfrentar en cualquier momento de su vida. Todo debe tener una respuesta coherente a esa pregunta abstracta que siempre exige de respuestas concretas. ¿Para qué?
Es lógico y es normal. Si no hay respuesta, fuera cual fuera ésta, es que nos estamos planteando un absurdo, un sueño irrealizable, algo estéril e inútil.
Todos los ideólogos de cualquier corriente absolutista, y las hay de todos los colores, incluso de colores que aparecen siempre como adalides de la libertad individual y son simplemente aparentes redentoristas de las angustias colectivas, o sea, los mismos miembros de iglesias distintas, en donde sólo hay diferencias en la ornamentación y en la parafernalia; y unos y otros- los mismos perros con distintos collares, que decía mi abuelo materno -, se han plantado siempre el mismo objetivo, apoderarse del alma de los más pequeños, ya que el resto es siempre cuestión de tiempo. Y ¿qué es el alma?, pues eso, lo concreto y lo inconcreto, la capacidad de ser uno mismo, y de acertar o equivocarse uno mismo, y de llorar uno mismo cuando los demás no lloran, o permanecer insensible, sereno y hasta distante cuando el llanto es oficial y, por tanto, colectivo. El alma es…:”Me llamo Argamenon. Tengo miedo, demasiado miedo, lo confieso. Pero voy a seguir siendo yo, a pesar de mi mismo, y sobre todo, de todo lo demás, esa corriente al uso que me desvirtúa, inutiliza, y trata de convertirme en algo consonanten con el resto; ignorando, que es grave, e importándole muy poco, que lo es aún más, que hay algo en mi mismo que me obliga a rebelarme, a decir que no, que yo soy yo; que no serviré para nada, y que cualquier esfuerzo que pretenda desarrollar será inútil y baldío, estéril para mi y para los demás, pero que a pesar de ello, soberbio como soy, pretendo seguir siendo yo, por encima de todo.”
El alma debe ser algo parecido a esa declaración o a otra cualquiera que cada cual podría hacer mirándose hacia adentro. Un pretender ser uno mismo dentro de la colectividad y no dejarse perder en ella. El alma debe ser no permitir que lo encasillen, etiqueten, uniformen, y, como consecuencia irremediable, lo olviden.
El alma debe ser aquello que Aníbal pretende que sus alumnos encuentren allí donde esté, para que lleguen a ser ellos mismos, lo cual tampoco les garantizará un poco de felicidad. ¡Seguro!
De todas formas, Aníbal está un poco loco. Es un desestabilizador, está claro. Pero para mí, y después de haberle leído algunos retazos, representa algo parecido a la esperanza. ¿Y la esperanza qué es? Ni idea, pero suena bien, y cuando uno la aspira por las fosas nasales descongestiona casi tanto como el producto ese que se frota en el pecho pero sin dejarte pringados los dedos.
Aníbal quiere hacer pensar a sus alumnos y yo le aplaudo desde mí cómoda inexistencia y desde la distancia adecuada para quedar resguardado de cualquier resultado, sea el que sea. ¡Cómo me hubiera gustado que me hubieran enseñado a pensar!
Me hubiera gustado estar en algún momento de mi vida bajo la tutela de Aníbal; quizás así hubiera sido muy distinta; o igual, pero con un sentido diferente: o peor, pero plena; que de todo debe haber. Quizás hubiera tenido menos miedo, y el miedo es el que hace inútiles a los seres humanos o los convierte en animales. Recuerdo que hace mil años vi una película que me dejo huella, “Perros de paja”, y ese día, después de quedarme sin aliento y relativizar todo lo que creía sobre el comportamiento humano, me di cuenta de que se puede tener miedo por muchas cosas, algunas absurdas y otras menos, pero que el miedo nos puede paralizar o nos puede hacer reaccionar de la forma más inesperada. Ese día me percaté que soy carne de cañón y que puedo pensar y decidir por mi mismo aunque no sirva de nada, o ser uno más del conjunto aunque tampoco sirva para nada; pero que en todo caso podía, en mi inutilidad, ser menos desgraciado. ¿Qué se yo?
El problema es que aún hoy me sigo formulando preguntas sin saber cómo contestarlas, y la fundamental de ellas es la de ¿qué es peor, hacerlo o no?
Aníbal con su paso cambiado pero firme me está complicando aún más la vida, y en el fondo y de verdad me alegro de ello. Quizás leyéndole consiga dejar de dar vueltas en círculos y en ninguna parte.

viernes, abril 11, 2008


Nada de nada

Me considero un poco lobo estepario, lo reconozco. No sé por qué lo digo, pero es tan contundente, tan redondo, que casi le deja a uno sin respiración al decirlo. ¡Lobo estepario! Suena fenomenal.
Debo reconocer también que discutiéndome continuamente y poniendo de manifiesto mi falta de valía personal, en el fondo, y no demasiado en el fondo, me estoy aceptando, redimiendo, e, incluso, estoy elevándome a los altares y relamiéndome por la crudeza y calado de mis confesiones; y que eso debe ser, según imagino, la justa contraprestación a aceptar y asumir humildemente la autocrítica que me inviste de legitimidad para casi todo. Soy eso simplemente, casi todo por justiciero, y nada de nada en la realidad. Es decir un humilde presuntuoso, un solitario recalcitrante con miedo a la falta de compañía; y un profundo relativista con pretensión de eternidad.
En fin, la repanocha. El no va más. El “sursum corda”.

No deja de tener narices lo que estoy diciendo suponiendo que sea cierto, que tampoco lo sé con seguridad. Pero casi todo termina siendo así o muy parecido: un poco de mala literatura, alguna que otra idea aislada, un par de sensaciones sin contrastar, y dejar en letra impresa la idea de que uno se está autoanalizando con rigor. Demasiado fácil, sin lugar a dudas, pero suficiente, en todo caso, para no pasar desapercibidos, que es el morir.
Nos desnudamos en público sin mucho, sin demasiado recato, casi-casi con la sensación de violentar nuestra propia conciencia imbuida por nuestra natural modestia. Nos flagelamos también en público. Nos denostamos. Reconocemos nuestros vicios y errores. No pedimos perdón, por supuesto, porque eso es otra cosa; pero nos arrastramos contritos buscando, sin parecerlo, la complicidad de los demás, esos que son tan impuros como nosotros mismos, y la obtenemos demasiado fácilmente y sin pretenderlo, por supuesto, ¿cómo no la íbamos a obtener, y a raudales, si ellos, los miembros de nuestro jurado popular, si son de verdad inteligentes y saben entendernos, no van a dejar de reconocerse como mayores pecadores que nosotros mismos?
Sabemos más que nadie. Dominamos sin parecerlo. Abrimos conciencias. Hacemos pensar. Vivimos sin vivir en nosotros mismos. Somos, sin pretenderlo, el brazo incorrupto de Santa Teresa de Ávila, y como no lo pretendíamos, ¿de qué avergonzarse?, ¿qué le vamos a hacer, si lo somos de verdad?

Mi verdadero problema es que me he pasado la vida imaginando, y la realidad ha sido otra cosa muy distinta a ese triste sueño que nunca llegó a ser lo pretendido. En fin, se convirtió en simplemente asumible; no irremediable, porque casi todo tiene remedio aunque siempre llegue tarde, cuando ya no importa, pero si aceptable si no se mira a atrás.
Pero las cosas no son lo que son y hay que etiquetarlas siempre para saber que significan, no hay que dejar nada al albur de lo imprevisto, o de lo posible, a la imaginación, que ésta es muy subjetiva, y ¿a saber de quién queda dependiendo?
Pero ¿de qué estoy hablando? La verdad es que no lo sé, pero si no hay más remedio que etiquetarlo todo, pues digamos que hablo de… ¿inconformismo?...
Ni puta idea. ¿Tal vez de espíritu de contradicción, que es más aceptable? ¿Quizás de buscar espacios neutros donde sobrevivir sin ser agredido ni necesidad de agredir como algo irremediable? ¿Qué tal, de pura cobardía, si no hay más remedio que adjetivarlo todo?
No lo sé. Demasiado definitivo de todas formas. Excesivo y muy angosto para dejarse uno mismo un margen para poder seguir respirando o, por lo menos, para poder seguir levantando la cabeza y pretender que uno piensa y juzga con su propio criterio tras reflexionar.
Pero volviendo al principio, y menos mal que siempre hay un principio a pesar de uno mismo, me he expresado en un plural que no sé si es o no el correcto, y si lo fuera tampoco tendría la mínima importancia, porque yo, con nombre y dos apellidos, perfectamente enmascarado y oculto con este embozo (Argamenon) que lo oculta y disimula casi todo, soy yo y nada más, aunque no sea yo y pudiera ser cualquiera de vosotros, o pudiéramos ser muchos, y volveríamos a plural con el que trato de justificar lo que he escrito. Eso es en el fondo la maravilla del anonimato; uno puede decir lo que quiera y pretender, asegurar y convencer a los demás que nunca lo dijo o que él siempre dijo lo contrario. Ese anonimato siempre nos redime de todo aunque también siempre nos lleva a ninguna parte. Y en el fondo es ese el problema, que casi todo nos lleva a ninguna parte y que hay que aprender a vivir en ninguna parte pero con la mejor de nuestras sonrisas.
Debo reconocer también que me encanta este último dislate. Cada vez con más frecuencia me encanta llegar a ninguna parte, al lugar de nunca jamás, al espacio donde la fantasía absoluta campa por sus respetos, donde todo es posible si uno es capaz de arrimar el hombro y casi nada es verdad o por lo menos demasiado trascendente y definitivo.
Yo no soy así, lo sé, y me da reparo y sobre todo vergüenza reconocerlo; y no lo soy, no porque no lo pretenda, que me encantaría; sino porque no tengo la entidad suficiente para manipular a los demás. Cuando digo lo que digo, y muchísimas veces no llego a saber lo que es, lo hago con la sana intención de que al menos me sirva a mi mismo, que casi nunca ocurre, y que pudiera servir a los demás. En fin, una pretensión bienintencionada, pero sólo eso, buena intención; porque les tengo a los demás mucho respeto. No les conozco, pero a pesar de ello les quiero un poco. Siento hacia ellos tanto amor a veces, como desamor otras muchas. Me enternecen, y a la vez me generan un cierto rechazo visceral porque son muchos más que yo; porque me invaden casi siempre, y me empequeñecen, y me roban mi metro cuadrado donde pretendo seguir siendo eso, uno, pequeño y libre. (¿de qué me suena estos?)
Se que puedo prescindir de ellos para seguir por los siglos de los siglos siendo eso, el famoso lobo estepario de los relatos serios e imprescindibles, pero tan inútil, absurdamente complejo y prescindible en la realidad de cada día.
En fin. No sé lo que he escrito y menos aún me importa. Hoy estoy feliz leyendo la historia de mi desconocido amigo Aníbal; mi alma gemela y a la vez mi contrapunto. Me enternece. Me hace reír a pesar de su aparente distancia frente a los demás. Es otro lobo estepario pero con corazón, con demasiado corazón para que le quepa en el pecho. No sé quién es, y menos aún si esta recomendación pudiera incomodarle, pero como ya he dicho, queriéndoos con las mismas ansias con las que me dejáis indiferente, os lo recomiendo en http://calimatias42.blogspot.com.