miércoles, agosto 06, 2008

Ya, está claro. Esto debe ser una variante de aquel juego de poner y quitar la mano para intentar que no te la golpee el oponente. Si, un juego de esgrima más mental que otra cosa que recuerdo de mi niñez, y una vez más, después de tanto tiempo y tanto olvido, estoy aquí exponiendo la mano y algo más con la convicción de que ahora acertaré a retirarla a tiempo, y con la certeza de que seguramente así me lucirá el pelo.
Pongo la mano. Espero el tiempo que estimo preciso. La aguanto extendida todo lo que puedo mientras me pregunto para pensar en otra cosa: pero, ¿y qué es el amor? Sigo esperando. Podría parecer muy imbécil a mi edad y en mi estado hacerme una pregunta tan de adolescente, pero me la formulo porque sí y sin ningún recato, y sobre todo porque hoy, seguro de mi pericia y reflejos para retirar la mano a tiempo, me siento con la necesidad de hacerla no sólo para distraerme de mi empeño principal, sino porque no me da la gana medir el tiempo con la misma medida que la distancia.
El tiempo es relativo. El tiempo debiera ser circunstancial. El tiempo lo es a pesar de si mismo y de nosotros, pero no debe afectar en nada a quien lo sufre, que sólo lo acepta, lo metaboliza, y lo asume para transformarlo en otro tipo de medida limitativa de la propia realidad. El tiempo no mata los sentimientos, ni los debilita, ni los trasforma, digan lo que digan los que siempre dicen algo con peso específico y con sentido. El tiempo sólo parece oxidarnos más por fuera que por dentro si por dentro no se lo permitimos, que eso ya sólo depende de nosotros mismos. Y si se lo permitiéramos, que la culpa sería nuestra y sólo nuestra, entonces sería devastador, entonces seguro que sería muy capaz de encogernos haciéndonos volver a nuestro estado inicial.
En muchas ocasiones he comprobado como algunos niños recién nacidos, con sus caritas de sorpresa, de agotamiento por el primer esfuerzo y quizás el más desproporcionado que tendrán que hacer a lo largo de sus vidas, y con el lógico cabreo por haber sido expulsado de su paraíso terrenal, se parecen a sus propios abuelos, imagen fidedigna de lo que posiblemente sean ellos mismos ochenta años después, y en los que se observa la misma cara de sorpresa, esfuerzo y cabreo que al principio, pero quizás entonces con conocimiento de causa de la derrota consentida frente al tiempo, que debe molestar aún mucho más.
El tiempo pasa, pero tú por dentro no; tú eres o puedes ser el mismo de siempre si quisieras. Lo difícil es ser consciente, primero, y luego, además, querer. La distancia es insalvable, el tiempo no, sólo pasa y nada más. Depende de ti.
Pero dejémonos de zarandajas. ………(¿Zarandajas? hoy, según parece, estoy sobrado)
¿Qué es el amor?
Bueno, pues si, ¿y qué podría decir? ¿El Amor? ¡Caray!

Siempre, por supuesto con permiso de Sabrina, también yo “quise escribir la canción mas bonito del mundo”, os lo aseguro. Lo malo es que aún sigo queriéndola escribir y eso debe significar algo. ¿Esperanza de cara al futuro? ¿Frustración con respecto al pasado?... Ni idea. Tal vez un poco de todo. Pero la sensación real es que siempre parece que habrá un futuro y por supuesto hubo un pasado, lo terrible es que también casi siempre nos olvidamos del presente. ¿Será que no existe? ¿Será que habitualmente nos coge en tierra de nadie? ¿Será que sólo es la escusa para seguir esperando tras desesperarnos por lo vivido?

¿El amor? Si, el amor. ¡En que lío me he metido yo solito!
Toda mi vida he sido reo de mis propias limitaciones, de las trampas para osos que asumí voluntariamente para disfrazar casi todo en otra cosa distinta que no me hiciera aparecer tan endeble sentimentalmente, tan dependiente, tan vulnerable, tan adicto, tal vez tan humano a pesar de haberme pasado la vida pretendiendo ser humano. Esa es o debe ser la paradoja de la vida o por lo menos de la de mi vida. Siempre me ha parecido no estar en ninguna parte a pesar de haber pretendido estar en todas y seguramente haberlo estado en casi todas. En fin, una contradicción más, posiblemente la contradicción permanente de los contradictorios presuntuosos con ansias de humildad franciscana, como me gustaría pensar que es mi caso (?). Contradictorios, y utilizando términos procesales televisivos al uso: presuntamente complejos y presuntamente insatisfechos consigo mismos. ¿Y qué más podría decir para definirme? Yo era de una forma y siempre parecía ser de otra cuando realmente lo que quería era simplemente ser como realmente era o, por lo menos, estar sin artificios ni disimulos, o vivir, o sobrevivir, o poder hablar conforme sentía y me sentía, o qué sé yo.
El amor para mí siempre ha sido ese sentimiento que lo es todo y lo llena todo y puede hacer que uno prescinda de todo lo demás. El amor es el sentimiento por excelencia que siempre te permitía, - hoy a penas me queda un recuerdo tibio para poderlo afirmar con seguridad, pero a pesar de ello me arriesgo a asegurarlo con la ilusión de acertar -, te permitía, digo, saber retirar la mano a tiempo, y si no lo conseguías te permitía en todo caso felicitar al contrincante con toda franqueza porque a ti te daba igual en tu nube de algodón y en tu nirvana perfecto, donde lo demás, todo lo demás, te dejaba elegantemente indiferente.
El amor era el sentimiento perfecto, el pleno, el único; era y lo es además para mí, que lo he escondido siempre dentro, demasiado adentro quizás, para evitar perderlo en alguna parte, y de tanto guardarlo y protegerlo dejé que languideciera, se desnaturalizara, se convirtiera en obligación cotidiana donde antes era, o creo que era, poesía. Poesía urbana tal vez, nada rutilante, nada artificiosa, repleta de bocinazos y con olor a cocido, pero siempre palpitante, calida, acogedora, envolvente y hasta amable.
Reconozco también que siempre necesité de una copa de más para encontrarme a través de la bruma que habitualmente me ha envuelto, pero que nadie se asuste, también siempre fue una de menos para no dejar de ser yo en lo fundamental, que tampoco se exactamente lo que debe de ser. Siempre necesité una copa de más para liberarme de mi mismo y convertirme en yo sin aditamentos ni artificios y pretender llegar a los demás, y los demás nunca fueron los demás, que eran muchos y las muchedumbres nunca me interesaron demasiado, sino que los demás eran o se representaban en ti, porque siempre ha sido ella aunque nunca haya sabido entenderlo. Pero, ¿qué le vamos a hacer? ¡Lo de siempre! Una cosa es lo que es, otra lo que podría haber sido, y nunca lo que debería haber sido. Bueno, pero ¿cómo hubiera podido entenderlo ella si yo lo disfracé para sentirlo sin expresarlo? Una paradoja más. Una pirueta en triple mortal. ¡El absurdo por el absurdo! Incluso es muy posible que eso sea el amor, un sentimiento predispuesto a cojear aunque sea casi imperceptiblemente, que avanza y uno se siente plenamente satisfecho por ese avance, pero que al cabo de un tiempo, cuando nos hemos relajado un punto, nos percatamos que esa cojera que asumimos sin darle mayor importancia ha violentado nuestra columna y nos trasmite dolor. Dolor compensado y al que nos hemos llegado a acostumbrar, pero dolor a fin de cuentas, que seguro que es otra cosa muy distinta a la plenitud de la satisfacción deseada.
He sentido el amor tan dentro, tan pletórico, tan mío, que seguramente incluso me he olvidado de ti, y seguro que ese debe ser el problema.

Si, quise escribir la canción más bonita del mundo y me salio este ripio imperdonable. El gesto tosco, la lejanía protectora de la propia impotencia a expresar libre, diáfana y espontáneamente los sentimientos. Siempre guardando las formas. Siempre componiendo la figura. Dejando la estela. Y también siempre después, cuando uno se queda solo física y espiritualmente, recomponiendo minutos sueltos y escenas fragmentarias para intentar crear sólo una imagen que sustituya a la realidad por lo que pudiera haber sido.
En fin ¡”Que pasen ya los payasos”! Que por cierto siempre me gustó más la versión de Judy Collins que la de Sinatra. Eso, ¡que pasen los payasos! ¡Que siga la función!

Toda la vida sabiendo que necesitaba estar enamorado hasta los tuétanos. Que necesitaba sentir el amor. Que necesitaba sentirme importante aunque fuera en el cuarto trastero de tu casa. Que el amor es un cumulo de circunstancias curiosas, y muchas absurdas, y casi todas desmistificantes sobre la realidad del propio concepto de amor. Porque el amor seguro que es otra cosa distinta a lo que debiera ser, o a lo que quisiéramos que fuera, o incluso a lo que siempre imaginábamos que debiera haber sido y hubiéramos estado dispuestos a convertir; evidentemente muy distinta a lo que para cada uno de nosotros lo ha sido o lo es en algún momento.
Pero yo, al menos, sé que siempre he estado allí, y esperando. Siempre esperando.
Hoy no quiero abrir la boca, ¿para qué, si lo que es, es lo que es? Hoy me sobran las palabras porque casi todas ellas me arañan la espalda sin que tengan ningún sentido.
Yo, como tantos otros, quisiera saber la razón de mi razón, y no la encuentro. Y aquí permanezco con la mejor de mis sonrisas, mirando siempre adelante, y con la sensación, que riego como dios manda cada día, de que mañana será otro día. Que otro día es sinónimo de una nueva esperanza. Y de que mientras esté esto puede cambiar.
En fin. Tenía plena confianza de retirar esta vez la mano a tiempo y no ha sido así, y aún me duele. ¿No dicen que algunos tropezamos más de dos veces en la misma piedra? Seguro que es verdad.