jueves, agosto 23, 2007

Me voy y desaparezco. Estoy obligado a ello y lo necesito más que respirar. Quiero enfrascarme en ese cúmulo de ensoñaciones que es la imaginación cuando se desborda. Pero si no recuerdo mal, porque ya casi todo empieza a ser recuerdo, la ensoñación se fundamenta en la imaginación, y la imaginación se desborda no cuando uno está ocioso, sino cuando uno tiene la obligación redentora de huir de un presente insatisfactorio.
¿Hay algún presente que llegue a ser pleno? Me temo que no. Cuando lo es dura tan poco que estamos más preocupados del momento en que se va a acabar, que del momento en el que lo vivimos. Nos curamos en salud constantemente. No queremos vivir situaciones plenas porque tememos al después, cuando se convierten en simplemente planas, insípidas, habituales, neutras o muertas.
Le tenemos un pavor total a la muerte, y es absurdo. ¿Cuantas veces hemos estando revolcándonos en un escenario donde nada es vida? ¿Mil veces? ¿Mil veces mil veces? Estamos tan preocupados de vivir, que nos dejamos morir paulatinamente renunciando a cualquier consuelo. La vida tiene eso, un montón de pequeños consuelos que son como los días en los que no hace ni frío ni calor, y pasan sin incordiar.
Yo soy un superviviente o quizás sea un sobreviviente. No llego a captar la diferencia aunque sé que la hay, y no me gusta quitar a una palabra ni siquiera su hache, si la tuviera, por muy muda e inútil que pudiera parecer, porque se que le da presencia, la hace real, la convierte en lo que es, no en lo que deja de ser cuando los ignorantes, a los que parece nos está permitido cualquier cosa al grito de mi cuerpo es mío, hacemos con los demás lo que nos da la gana.
¡Que va!, por Dios. Mi cuerpo no es mío. Si mi cuerpo fuera mío sería otro cuerpo, seguro; un cuerpazo, en una palabra. ¿Para que ser pobres incluso cuando soñamos?
Lo mío de hoy no debe ser un sueño, debe ser una alucinación. ¿Será el trauma postvacacional antes de las vacaciones? No lo sé, y esto nunca ha sido nuevo en mí. El no saber es consustancial a mi mismo. Estoy tan rodeado de seres que saben en todo momento lo que es y lo que debe ser, que yo me revelo, chirrío y digo lo que digo para disimular y darme un respiro. Pero que nadie se espante, y menos aún que nadie me envidie. No soy digno de envidia, que va. El primero que cumple soy yo. Nunca he sabido lo que “es”, que eso si nos deja un margen estrecho pero margen a fin de cuenta para la imaginación. Pero a pesar de todo, siempre he cumplido como el primero en lo que “debe ser,” que eso es otra cosa. Eso si que es lo escolástico, lo articulado, lo políticamente correcto, lo socialmente aceptado, lo humanamente menos reprobado, el no va más del no va más cuando el ser humano se articula bien engrasado en la maquina de hacer churros, o buñuelos o vaya usted a saber; seres humanos amorfos todos de la seria beta, que es una serie neutra.
Me voy de vacaciones y sigo triste. Esto no parece tener remedio. ¿Pero por qué? Mi amiga la mujer invisible me ha descubierto que no soy exactamente el hombre elástico que me hubiera gustado serlo, se lo digo en serio: yo ¿elástico? Hubiera sido fantástico. Es como descubrir una nuevas esperanza en medio de tanta desesperanza, pero ha sido flor de invernadero, me temo. La he ofendido sin saber por qué y, lo que es peor, siendo conciente de que no lo hacia, que ponía en evidencia mi propia pequeñez . Mi falta de elasticidad me deja aquí, donde estoy, en la encrucijada del camino, con el rostro triste por el disgusto causado, dispuesto a coger un bus cualquiera, y mirando a ninguna parte.
¡Mañana será otro día!

sábado, agosto 11, 2007

Estoy harto. Lamento decirlo así, de sopetón y sin previo aviso, que debe ser una ordinariez, pero así lo siento y así lo expreso, sin ningún tipo de miramiento. Me encanta escandalizar a los limpios de corazón que deben ser los que no me leen, - bueno, a decir verdad tampoco me leen los otros, ni tan siquiera yo mismo, - pero nunca lo consigo precisamente por ello. Es una obviedad, lo se, pero la vida es una obviedad con pretensión de mucho más, y es precisamente eso lo que nos mantiene expectantes a los hartos, a los que juntamos palabras para esconder sentimientos, a los que nos recubrimos con una fina capa de ironía que trata de disfrazar nuestra debilidad, nuestra emotividad, nuestra estupidez, nuestra indefensión, nuestra falta de…; en realidad y en el fondo, como casi todos, también “yo quería escribir la canción más hermosa del mundo”. Con eso está dicho todo y sobran las palabras. Si Sabina con su voz quería además cantar la canción mas hermosa del mundo, ¿qué puedo yo añadir para que me entiendan?
Mi vida esta llena de voces amables, de gestos amables, de sentimientos ciertos y amables. Hay miradas calidas, miradas jóvenes e inexpertas que pasan demasiado deprisa, porque se presumen más inseguras que la mía, ya ajada y algo áspera, y huyen furtivas e intimidadas. Hay sonrisas apenas dibujadas. Me siento querido de verdad, tengo que reconocerlo. Me siento, con todo el peso que conlleva sentirse y que ya es demasiado por si solo. En fin, mi vida es la “repera”. ¿Cómo pretender más, con la que está cayendo? También lo sé. No debiera, pero no puedo evitarlo. Quiero más. No mucho más, espero. Sólo que alguien, ese alguien que siempre lo hay y es más alguien que los demás a pesar de uno, me escuche en silencio; que me lleve la contraria pero después de haberme permitido terminar la frase. Sé que su respuesta será sin duda de mejor calado y más ponderada y que seguramente me abrirá una nueva perspectiva, pero que espere, que guarde el silencio necesario, que se muerda la lengua, si es necesario, para generar ese clima de seguridad en mi entorno que echo en falta. Quiero una sonrisa en su mirada. Un calido abrazo sin rozarme. Un compartir mi soledad con otra soledad próxima y amiga, posiblemente más densa y sola que la mía, pero sin competencia alguna, caminando de la mano y despreocupadamente. No quiero librar batallas, ni ganar guerras. Me asusta la violencia, me da miedo y huiré de ella aunque sea tan sólo verbal, la más cruenta de todas ellas seguramente.
Quiero dejarme deslizar por la suave pendiente que va desde su pecho a su vientre. No sé si alguna vez lo escuche en una vieja canción, pero ¿qué más da, por muy cursi que resulte? Me gusta la frase y la escribo; y me gustaría agarrarme a ella sin vencedores ni vencidos, derrotado de antemano para que no quede la menor duda, con la necesidad de alcanzar el descanso eterno, de sentirme seguro en su refugio.
A mi me falta todo. Bueno, no. Me sobra la soberbia, el amor propio, la debilidad de sentirme solo y de sentirme harto, y la desesperanza de vivir una vida que no es la mía. Me sobra el futuro en el que ya casi no creo, y me falta el hoy que desprecio con la inconsciencia de los necios que lo ignoran casi todo.
Una vez tuve un perro más inteligente que yo, - pero eso es pedir demasiado -. Hoy necesito un perro tan tonto como yo, que sólo se esfuerce lo justo en acompañarme.